51.
I
LA FUENTE
Había trascurrido un año, un año ya, un año más. Un año desde aquel 6 de mayo del vigesimotercero de su era, un año desde aquel en el que celebraban otro aniversario de la fundación de la Orden de los Caballeros Alazanes y de sus primeros pasos y andanzas. Aquellos dubitativos inicios en los que las sangrantes espinas de los zarzales se tornaron en plácido follaje y las maliciosas piedras del camino en liviana arenilla de playa.
Aquel día se presentó ante ellos, surgiendo de entre las sombras y sin que nadie se diera cuenta, un enigmático personaje, más vagabundo que peregrino, más ermitaño solitario que aldeano oriundo. Sus andrajosos harapos y sus roídos calzados lo delataban. Para nada mejoraba su imagen la mugre que recubría su piel tostada por el sol, la cual desprendía una apestosa estela tan solo seguida por una horda de moscas que, a buen seguro, eran las únicas acompañantes en su maltrecho viaje.
Hambre y sed, toda la que un hombre puede sufrir y soportar, pues de tal saco de huesos no había indicio alguno de haber ingerido alimento consistente en mucho tiempo. De ello se percataron los comensales al ver como sus lánguidos ojos, ahogados en lágrimas y desencajados de las órbitas, contemplaban las viandas que cubrían las mesas y acompañaban con su mirada el baile de las jarras de cerveza que danzaban de brindis en brindis.
- Acérquese pobre hombre y coma algo, pues buena falta parece que le hace.
- Mil gracias mi señor, que los dioses me libren de rechazar tan gentil invitación.
- Y mientras repone fuerzas con estos manjares, díganos quien es y que hace por estos lares.
- Para unos soy un chamán, curandero o sanador, para otros, un maléfico vidente o brujo endemoniado que merece arder en la hoguera y para el resto tan solo un vividor charlatán que va contando fábulas mientras mendiga un mendrugo de pan que llevarse a la boca. Si aquí me encuentro es por la curiosidad que se ha apoderado de mí, atraído por el jolgorio y algarabía que resuena más allá de los lindes de esta aldea y que, guiado por el sonido de los cantos y risotadas, me han hecho llegar hasta la presencia de tan honorables caballeros.
- Cierto es. Quizás la ilusión desmesurada que nos brinda el poder celebrar nuestro aniversario en grata compañía ocasione un alboroto mayor del esperado y seguramente del deseado por los vecinos del lugar. Pero también es cierto que el evento así lo requiere.
- Seguro que sí. Ojalá puedan mantener tanta gloria y ventura durante los años venideros, incluso para siempre. Y no tengan dudas que en sus manos está que dicho anhelo pueda ver la luz y se haga realidad durante su longeva y fructífera existencia.
- ¿Para siempre? ¿De verdad existe alguna pócima milagrosa o algún método ancestral que pueda garantizar tal deseo?
- Cuenta una mística leyenda popular que en algún lugar oculto y desconocido se alza la llamada Fuente de la Felicidad Eterna, nutrida por un manantial de agua sagrada tocada por los dioses y que, al parecer, quien bebe de alguno de sus caños le sonríe la fortuna y le envuelve una nebulosa de alegría y gozo que le acompaña y perdura hasta el fin de sus días.
- ¿Y de ser cierta tal historia, dónde podemos hallar tal valioso tesoro?
- Poco puedo aventurarles, pues no está en mi mano desvelar el paradero exacto de dicha fuente, pero sí sugerirles una manera de encontrarla.
- ¿Y cuál es esa propuesta que nos ofrece?
- Sencillo. Tan solo tendrán que descifrar un acertijo que juglares y trovadores han cantado durante generaciones y que reza de esta manera:
“No busques más allá del horizonte,
pues está más cerca de lo que crees.
Cierra los ojos, que el corazón te guíe.
Pero esto ten presente:
cuanto más tú te alejes,
al trote o a veloz galope,
más se alejará la Fuente”
Dicho lo cual, y habiendo cargado copiosamente de sustento su zurrón, se despidió de los comensales para proseguir su camino con la firme promesa de volver un año después y comprobar si el éxito les había sonreído en la misión y el reto que les acababa de conferir.
Porque así lo tomaron, como un propósito para las siguientes semanas y meses, un objetivo esperanzador y una búsqueda ilusionante: encontrar esa reliquia que les abriría las puertas de la felicidad eterna. Hacer realidad esa leyenda y agrandar así la suya propia.
II
AL GALOPE
Lances que, lejos de minar su pétrea moral y su fe en ellos mismos, endurecieron su armadura y acrecentaron la voluntad de hacer realidad el sueño marcado.
Aprovecharon los últimos coletazos de la primavera y sus suaves temperaturas para emprender, en las últimas semanas de mayo, gestas que requerían cierto esfuerzo como la ascensión a la Atalaya de Peñaflor y al Alto del Campillo, o por Vallobera y Bosque Alto hasta Jaulín.
Ya en junio galoparon por los montes de Villamayor para coronar los vértices geodésicos de Francés y Flora, por los caminos de Estepa y Salada hasta el parque eólico Arias, y por Valdeatalaya y el Palú hasta Abejares.
Con julio y agosto llegaron las ardientes temperaturas, pero no por ello permanecieron los corceles en los establos. La Muela, las sendas de Cagarroz, pinares, torres, masías, ermitas y conventos fueron, estos meses, testigos de sus andanzas.
La barcaza de Sobradiel y la desembocadura del río Jalón, Torrecilla y los montes de Valmadrid, el Cabezo de la Horca y las ruinas de Rodén Viejo, Bárboles y Alagón, Pastriz y la Loma de los Franceses, Hermenegildos y la Cueva de la Hiedra también sufrieron el azote de sus herraduras antes de la arribada del crudo invierno.
En más de una ocasión se vieron obligados a planificar rutas antibarro. Antibarro sí, pero de esas con las que tornaban a sus hogares tan rebozados en lodo que los guerreros de terracota de Xi´An parecían a su lado reyes de la pulcritud.
Antes de finalizar el año aún tuvieron arrestos de cabalgar por Acampadero y el Corral de la Pica, la Ermita de San Jorge, presa de Pina y La Puebla de Alfindén, las Planas y la senda de los Sapos, San Esteban y la calzada romana, Juslibol, Alfocea y Monzalbarba, Villafranca y el casino de Montesblancos.
Con la Navidad aparcaron su búsqueda de la Fuente para disfrutar de la tradicional Ruta de los Belenes y de la celebración de estos días festivos tan señalados con un espectacular almuerzo en hermandad, donde se rindió un merecido homenaje a uno de los jinetes que goza de más aprecio y estima por parte del resto de la milicia. Veterano, fundador, alma y corazón.
Año Nuevo, nuevas rutas. Mozota, Muel y Botorrita, Cuesta del Arzobispo y Urbanización fantasma, Karting de Zuera, Alfajarín y Petrusos, Perdiguera y la Sabina milenaria también visionaron el paso fugaz de esta incansable hueste en su afán de rastrear cualquier indicio que los llevara a resolver su cometido.
Como las batidas próximas a la villa de Saraqusta no daban el resultado esperado también organizaron caravanas fuera de sus lindes. Con carromatos, carruajes y tartanas con los que trasportar las cabalgaduras visitaron, entre otros poblados, Belchite, Valdejasa, Rueda de Jalón, Tardienta, Remolinos, Quicena y Paniza, desde donde iniciaron respectivamente espectaculares rutas al Castillo de Sora, Ojos de Pontil, Ermita de Santa Quiteria, La Puntaza, Castillo de Montearagón y el Santuario de la Virgen del Aguila.
El broche dorado de todas ellas al finalizar la correría era similar: taberna acogedora, larga mesa con un buen número de Caballeros Alazanes en torno a ella, menú consistente, bromas y risas, tiempo de tertulia y extenso repertorio de batallitas. Un lujo, sin más.
Y no solo eso. También se tomaron la libertad de organizar un peregrinaje hacia otro de los Reinos de la Corona de Aragón, hacia tierras valencianas. Una decena de aguerridos combatientes, con las alforjas cargadas de lo necesario para tal proeza, y empacados en una nube de sensaciones dispares, iniciaron la marcha en busca de la fina línea donde el cielo besa al mar.
Cruzaron la estepa maña, los montes turolenses, los bosques castellonenses y cabalgaron por la Vía Verde para presentarse frente a las murallas de la capital del Turia. Pecado mortal hubiera sido regresar sin degustar el plato típico de allí, por lo que, no sin un esfuerzo sobrehumano, devoraron hasta el último grano de una fastuosa paella. Pero paella, paella. No ese “arroz con cosas” que tanto le daña el paladar y la vista al talibán de la terreta.
Tiempo hubo también, mientras les seducía la brisa mediterránea, para gozar de unos momentos de reflexión y paz interior frente al mar antes de retornar a Saraqusta.
Y allá donde engendran torneos la presencia de la Orden no podía faltar. Justas, lides y otros desafíos semblantes se tercian como ocasiones idóneas donde mostrar y lucir sus habilidades y excelencias para el combate. Y que mejor oportunidad que uno de los de mayor prestigio y participación: el Orbea Monegros.
Hasta allí acudieron sin temor alguno a pesar de tener la certeza de que tendrían que aguantar frío, lluvia y viento en una misma jornada. Sin olvidar el barro y el polvo en ingentes cantidades, de sobra para donar y regalar. Con ese manto que los envolvía hicieron realidad las palabras cristianas de las Santas Escrituras: “polvo eres, y en polvo te convertirás”.
Aún con todas estas penalidades dejaron el pabellón bien alto, como gloriosos héroes, como ídolos, como lo que son.
Pero de la Fuente, ni un vestigio o señal. Ya dudaban de la salud mental de aquel farsante embaucador y se preguntaban si no los había seducido con una odisea de desenlace poco honroso y que más bien se asemejaba a la fábula delirante de un trastornado. ¿O los trastornados eran ellos por perseguir esa visión fantasiosa?
III
EL ENIGMA
Todavía resonaban los castañazos de jarra contra jarra y los bramidos de los concurrentes a la celebración cuando una figura fantasmagórica se presentó ante ellos. Les costó reconocer a aquel vagabundo del año anterior, pues su aspecto aún era más decrépito y lastimoso y, de no ser por la sonrisa que asomaba entre sus huesos faciales y la nube de moscas fieles que seguían con él, hubieran jurado que se trataba del espectro de un alma huida de los infiernos.
- Pero buen hombre, que mal ha propagado en este tiempo para que el destino le haya deparado tal esquelética compostura?
- Como podrán apreciar vuestras mercedes, escasos son los soplos de buenaventura con los que he sido favorecido por el azar y la providencia.
- Y aún así mantiene, cual hoja perenne, la sonrisa en su rostro.
- Como ha ser, pues este es el mejor regalo que podemos ofrecer al prójimo los que carecemos de todo bien material. Y si de sonrisas hablamos me gratifica constatar que sus arcones se hallan rebosantes de ellas, con lo que puedo deducir sin temor a equivocarme que lograron completar el desafío y fueron capaces de toparse con la Fuente de de Felicidad Eterna. ¿Estoy en lo cierto, verdad mi señor?
- Siento defraudarle pero me veo en la obligación de informarle de todo lo contrario. Hemos cabalgado sin tregua, recorriendo cuantos caminos, montes y aldeas conocemos, incluso algunos desconocidos y alejados de nuestras lindes, lugares misteriosos y recónditos, castillos con historia, rutas marcadas por leyendas populares, hemos devorado millas y millas bajo las herraduras de nuestros corceles pero sin el resultado esperado.
- Que los dioses perdonen mi osadía por contradecirle pero doy fe que, sin lugar a dudas, han logrado su propósito. Es más, convencido estoy que desde hace mucho tiempo ya están tocados por esa agua bendita, pero no han sido capaces de verlo. Quizás han galopado en busca de una fuente material, una fuente que no existe como tal. De haber dedicado algo de su tiempo a descifrar el acertijo tengan por seguro que, antes de voltear el reloj de arena, habrían encontrado la respuesta.
- Puede ser, pero entienda que somos hombres de armas, amazonas y jinetes, guerreras y paladines, todos curtidos en mil batallas, héroes en un sinfín de legendarias andanzas, pero lo de las letras... lo de las letras debo reconocer que para nosotros es algo testimonial, lo justo para no pecar de incultos y poco más. El uso de pergaminos, plumas y tinteros se los cedemos a eruditos, escribientes, monjes y otros hombres de Fe. Por ello si tuviera a bien ofrecernos la resolución a esta incógnita estaríamos agradecidos de por vida.
- Pues que así sea. Bien simple y evidente es. No tienen más que mirar a su alrededor y contemplar el semblante de la tropa y el ambiente de fraternidad y concordia que los envuelve. Como bien les dije no había que buscar más allá del horizonte, que la fuente estaba más cerca de lo que podían pensar y que cuanto más se alejaran, más se alejaría ella. ¿Y por qué? Porque LA FUENTE DE LA FELICIDAD ETERNA SON USTEDES MISMOS, y cada uno de ustedes son un riachuelo que aporta al manantial sus mejores valores. Y así, mientras vuestras mercedes no cesen de verter sus dotes y esencias personales a la fuente, esta permanecerá rebosante de contagiosa y eterna felicidad. Como hoy, como el año pasado, como siempre lo han hecho.
Dicho lo cual, y habiéndolos dejado boquiabiertos y pensativos, marchó por donde había llegado y de igual forma: sosegado, sigiloso, discreto y con su perpetua sonrisa, pero en esta ocasión con una bolsa repleta de monedas como pago a su altruista y generosa enseñanza.
Poco les duró el tiempo de reflexión, tan solo hasta que el tabernero repartió una nueva ronda de jarras de cerveza. Un brindis más y ya habían olvidado al peculiar caminante y a su enigmática docencia.
Aunque, por fortuna, no todos procedieron así. Algunos grabaron a fuego sus palabras para que no quedaran relegadas en las tinieblas del olvido, la ignorancia y el oscurantismo.
EPILOGO
Pocas semanas después les llegó la triste noticia desde una aldea cercana. Habían prendido, encarcelado y sometido a todo tipo de vejaciones y torturas a un mendigo vagabundo con una bolsa de monedas que según aseguraban debía de ser robada.
Predicaba locuciones escalofriantes, sobrecogedoras y sin sentido, lo tomaron por un maleante perturbado y por ello fue condenado a la horca. Camino al patíbulo canturreaba algo desconocido para los asistentes a la ejecución y que no lograban entender:
“...cuanto más tú te alejes... más se alejará la fuente...”.
Mayor sorpresa aún fue observar cómo, ya con la soga al cuello y balanceándose, mantuvo la sonrisa mientras le quedaba un hilo de vida. Y fue a partir de ese instante cuando algunos se dieron cuenta que aquel pobre hombre puede que hubiera perdido la cabeza, pero ellos habían perdido el corazón.
Por ello, y desde ahora, estarían condenados a vagar eternamente por los senderos de las lágrimas y la oscuridad.
“Ya no mana la fuente, se agotó el manantial;
ya el viajero allí, nunca va su sed a apagar.
Ya no brota la hierba, ni florece el narciso,
ni en los aires esparcen su fragancia, los lirios.
Sólo el cauce arenoso de la seca corriente
le recuerda al sediento el horror de la muerte.
¡Mas no importa! a lo lejos otro arroyo murmura
donde humildes violetas, el espacio perfuman.”
(Rosalía de Castro)