miércoles, 13 de octubre de 2021

 

09·10·2021

33. La Salada y el espíritu de Manitú

“Todo en la Tierra tiene un sentido,
cada hierba cura una enfermedad 
y cada persona tiene una misión.”

(Proverbio nativo americano)

 Una vez más los hermanos Dalton volvieron a fugarse del penal de Arkansas. De la misma penitenciaría de la que escapaban cuantas veces volvían a ingresar allí tras ser capturados y detenidos por Lucky Luke y su fiel Rantanplán. Pero en esta ocasión sí tenían una razón de peso para huir pues un preso muy anciano, en su último halo de vida, compartió con ellos un secreto que no quería llevarse a la tumba. Les habló de un inaudito lago de plata en tierra de nadie con tal cantidad de ese metal que los convertiría en los hombres más adinerados de todo el Estado de la Unión y de esta manera podrían dejar esa vida de fechorías que tan solo les reportaba calderilla y pesares. Y la plata estaba allí, esperándolos.

Así se lo hicieron saber a otras bandas legendarias para después citarse con todos ellos en el Campo de tiro frente al cementerio y emprender camino. Llegado el día un trío de los Dalton cabalgaba por Vía Hispanidad cuando al volverse observaron como les pisaba los talones un tenebroso personaje con una macabra máscara que simulaba una calavera humana. Aun así había algo en él que les resultaba familiar y al llegar a su altura comprobaron con alivio que era otro de los hermanos, Michael, el más grandullón y guasón de todos ataviado con ese antifaz que tanto temor causaba en bancos y ferrocarriles del territorio. 

Una de cal y otra de arena. En un arranque de civismo y responsabilidad Michael convenció a sus consanguíneos para ascender hasta el punto de quedada por la senda de la vertiente derecha, como debe ser, pero para poco después, contradiciendo sus propios  principios y ante la sorpresa de todos, cruzar la calle con la bandera roja que los obligaba a detenerse. Y como su repertorio de excusas era inagotable alegó que por el origen aragonés de sus ancestros él se consideraba un Dalton-ico. Para mear y no echar gota.

Llegaron al Campo de tiro donde ya les esperaban los afamados Jesse James, Clay Allison, John Wesley Hardin, Samuel Bass, James Billy Hitchcock alias Bill el Salvaje y otros tantos más que a la fin sumaban la nada desdeñable cifra de quince forajidos de leyenda. Faltaba otro Dalton, Henry,  al que no tardaron en ver llegar escoltado por un carruaje funerario, motivo por el cual fue diana fácil de comentarios burlescos salpicados de sarcasmo para unos y para otros más supersticiosos objeto de cruce de dedos y santiguamientos beatos.

Tras los pertinentes y obligados saludos, porque malhechores eran pero no por ello carecían de educación, iniciaron la marcha en modo caravana hacia ese sueño plateado concebido con la esperanza de que se tornara realidad. No era un camino confortable pues al agravante del desnivel se le unía el aspecto resquebrajado del terreno a consecuencia de la devastadora agua torrencial que no siempre es lo beneficiosa que cabe esperar de ella. 

Galoparon hasta la Balsa a un trote más que ligero, desde ahí al pronunciado descenso de la cuesta del Royo para enlazar con el camino de la Estepa hasta toparse con los dos muros de cierto renombre que cada cual tenía que acometer y superar como buenamente le fuera posible. Más de uno se percató entonces que durante la apresurada huída de la prisión no se había liberado de todas las cadenas, grilletes, cepos y argollas y por ello sintieron en sus carnes como esto les restaba movilidad.

Esa, y solo esa, fue la causa y justificación de no poder coronar dichas cimas montado sobre su corcel, debiendo escalarlas pie a tierra con resignación y dignidad. Pero como dijo Napoleón: “La victoria no está en ganar siempre, sino en no rendirse nunca”. Y los granujas de esta partida de truhanes eran de los que no claudicaban jamás, a caballo, andando o arrastrándose si era menester.

Dejando Torrecilla de Valmadrid a la derecha y poniendo rumbo al camino de Mediana de Aragón ya no debían tener más obstáculos hasta el destino salvo las continuas subidas y bajadas, más subidas que bajadas, de esos páramos esteparios y desérticos tan similares a ciertos parajes de Nuevo México, Kansas y Oklahoma por donde en otros tiempos habían dejado su temible huella y un rastro de sangre y violencia.

Y por fin, cubiertos de polvo, hambrientos y con las posaderas pidiendo a gritos un respiro, llegaron a la ubicación señalizada en el viejo y deteriorado mapa que les había entregado el anciano reo. Y no les engañó, al menos eso parecía. Ante sus atónitos ojos se presentaba la vista que los dejó boquiabiertos. Frente a ellos tenían un impresionante, singular y llamativo lago en tonalidades grisáceas y blanquecinas que no dejaba lugar a duda de que se trataba de la plata prometida.

Con las pulsaciones a mil corrieron raudos y veloces a tocar con sus propias manos el codiciado metal que tenía que acabar con la miserable vida que habían llevado hasta la fecha. Pero muy a su pesar se formó un círculo de emociones confrontadas. Del júbilo inicial se pasó a la sorpresa pues en contra de llenarse las manos con el metal tan ansiado éstas quedaron impregnadas de agua embarrada con un compendio de sulfatos y sales. De la sorpresa a la irritación, enojo y cabreo por el desconcertante e inesperado hallazgo. De la irritación a la resignación pues poco se podía hacer ante la frustrante e incluso cómica realidad. Y de la resignación de nuevo al júbilo tras una serie de burlas, mofas, guasas, chuflas bromas y cachondeo.

Cerca de la orilla se dieron de bruces con un Tótem, uno de esos troncos esculpidos y sagrados que según las tribus indias contenían el alma de sus dioses y eran venerados como amuletos de protección. Descifraron el mensaje grabado con símbolos y figuras para comprender que estaba allí como ofrenda a sus ancestros para rogarles que la plata se convirtiera en sal y de esta forma ahuyentar a los colonos y aventureros que intentaran invadir y apropiarse de su tierra. Por nada querían que sucediera como en el gran y rico filón Comstock sobre cuya veta se fundó Virginia City para ser explotada durante más de dos décadas. Y de hecho la plegaria parece que dio resultado. Por mano divina, de la naturaleza o simple casualidad pero ahí está La Salada plateada... ... pero sin plata.   

Para aliviar la desazón y elevar la moral de la caravana llevaron a cabo un tradicional baile de la época, el cancán con matices country tik tok, muy típico de los saloons más populares y selectos  como los de Tombstone, Deadwood, Dodge City o Abilene. Cierto es que en estos antros las protagonistas eran atractivas bailarinas de movimientos picarones, descarados y armoniosos con vestidos de llamativos colores. Muy al contrario a los desaliñados bandoleros que, con un intachable tesón pero con el sentido del ritmo y del compás perdido al nacer y sin ensayos previos, trataban de emularlas.

Sonó una voz de alarma pues hacia ellos se aproximaba una nube de polvo de forma apresurada y amenazante y ante la posibilidad de que se tratara de Wyatt Earp, los Rangers de Texas, hombres de la Agencia Pinkerton, cowboys  y voluntarios reclutados por el Sheriff o el Marshall de los poblados cercanos montaron sobre sus caballos, apretaron estribos, clavaron espuelas y los fustigaron para aceleradamente poner pies en polvorosa y evitar ser prendidos de nuevo. 

El camino de vuelta les favorecía pues hasta el Burgo de Ebro era todo en descenso, pero con esas cuesta-abajo que de cuando en cuando dejan de mirar al suelo para hacerlo hacia el cielo. A partir de ahí, y con el reagrupamiento junto al canal, el temor a ser alcanzados fue tal que la desbocada velocidad que volvieron a adquirir desmembró el grupo, distanciándose por delante el explorador Apache Mamolar (“quien hace llorar a las rocas” en la lengua nativa de los indios), el cazador y trampero Daniele Boone siempre oculto y aguardando el momento idóneo para atacar a su presa, el noble Armand de Puendeluna que abandonó sus propiedades por un misterioso y oculto affaire para lanzarse a la aventura en el salvaje oeste y el Fusilero de caballería ligera Gocha quien tuvo que cruzar el océano huyendo de las tropas napoleónicas que habían ocupado su país.

Despistada ya la cuadrilla que les pisaba los talones volvieron a reunirse para dirigirse al saloon que regentaba el sonrisas venido del lejano Oriente y refrescar el gaznate con unas frías cervezas. El whisky lo dejaban para los pistoleros más rudos, feroces y agresivos. Tantas horas cabalgando frenéticamente le pasó factura a Daniel Spielberg, a quien una rozadura en el frontón donde rebotan las pelotas le llevó a mal traer con lastimosa y desgarradora amargura. Según él la causa fue el descomunal tamaño de sus depósitos de testosterona pero ya se sabe que “dime de qué presumes y te diré de qué careces”. 

Joaquín H. Boney, alias Billy El Niño, tuvo a bien convidar a todos a unas suculentas y apetitosas patatas para celebrar su cumpleaños. Aunque las canas no engañan y el apodo de Niño le queda ya un poco desfasado y obsoleto reconoció no tener de momento el más mínimo interés en colgar el revólver y las botas amenazando con seguir galopando y dando guerra por mucho tiempo. Que así sea.

Después de los cánticos, brindis y risas se separaron poniendo cada uno rumbo a su escondrijo, guarida o madriguera para permanecer ocultos al menos por unos días hasta que bajaran los brazos aquellos que con tanto ahínco los buscaban. No tardaron en aparecer por doquier carteles ofreciendo recompensa por ellos, pues las autoridades no podían permitir que llevaran meses campando a sus anchas, y más aún con el respaldo, complicidad y simpatía del pueblo.

Pero el pueblo era tan sabio y comprensivo como el árbol de sándalo que perfuma el hacha que lo hiere.

Que el espíritu de Manitú os proteja.

martes, 5 de octubre de 2021

02·10·2021

32. Mini ruta y almuerzo con la familia BttZaragoza

“Muchos de los mejores días de tu vida

están esperando que te decidas a vivirlos”

(Genaro Falen)

A las 14:14 horas del 19 de Septiembre de 2021 se inició una erupción volcánica bajo el pinar del paraje Cabeza de Vaca, en el dorsal del Parque Nacional de Cumbre Vieja. Pero no iba a ser el único volcán que despertaría en esas fechas. Otro se estaba fraguando en el subsuelo de nuestro peculiar mundo de imaginación y fantasía. A diferencia del de La Palma, éste no iba a traer caos, desesperación, ruina y miseria. Todo lo contrario. Las finas partículas de roca pulverizada emitidas lo cubrirían todo con un manto de coherencia, optimismo, ventura y felicidad. 

Mientras que los griegos atribuían estas eclosiones de rocas y fuego a la cólera y enojo de los Dioses o en algunos cuentos antiguos describen las coladas de lava como ríos de lágrimas de la tierra afligida y desesperada, nuestro volcán, opuesto a tales creencias ancestrales, nacía de la voluntad de fomentar la camaradería, concordia, campechanía y fraternidad entre todos los compañeros de BttZaragoza.

Como ha ocurrido a lo largo de la historia, tiempo antes de la erupción de un volcán se registran gran cantidad de temblores de tierra y enjambres sísmicos por lo que tanto el Cumbre Vieja como nosotros no íbamos a ser ajenos a esta ley geológica. 

Resultaba chocante observar como temblequeaba el teclado y se sobresaltaba el ratón ante las continuas sacudidas provocadas cada vez que abríamos el foro para comprobar con entusiasmo cómo el número de compañeros que mostraban su intención de asistir al almuerzo aumentaba sin cesar. Algo similar a las rocas fundidas y fusionadas que originan el magma y que con el tiempo buscan salida al exterior. Unas junto a otras, unidas, como nosotros. Mientras, la escala de Richter se mostraba incapaz de cuantificar la energía que liberaban nuestros atónitos y sorprendidos corazones. Ahora no podíamos fallar.

Con ilusiones renovadas, iniciativa y colaboración de todos, buscamos un lugar apropiado para tantos comensales y, a ser posible y si el pronóstico del tiempo lo permitía, en terraza al aire libre (como así fue). También concertamos un copioso y energético menú pues la mayoría aún estamos en edad de crecimiento. Quizás no en altura, eso no cabe duda, aunque tampoco estaba de más comprobar el punto al que es capaz de tensarse el pellejo gástrico. Y además negociamos un precio ajustado capaz de convencer a los dubitativos que, visto lo visto, fueron pocos los que se lo pensaron. Modestamente creo que acertamos en todo, bueno... ... y sin modestia: acertamos, que collons!! 

Al fin, un dos de Octubre a las 08:30 horas, nuestro volcán de ficción, cuento y fábula despertó con todo su esplendor y poderío. Un sobrecogedor cráter se formó en la Fuente de la Junquera y por su chimenea empezaron a ser conducidos, arrojados y vertidos al exterior todo tipo de rocas, Riders, cenizas, Finishers, fonolitas, ChinaChanas, piroclastos, SPQRs, lapillis, Principiantes, piedras pómez, Alazanes... ... ... Tiempo hubo antes de partir para saludos afectuosos, reencuentros entrañables, corrillos guasones y bromas, muchas bromas. 

Desde la misma caldera se formaron dos coladas de lava. La primera con Consuelo quien emulando a Pele, la Diosa Hawaiana del fuego, guió a sus discípulos por el trayecto más tortuoso y enrevesado a sabiendas que para llegar al destino final el muro de Salinas hasta Las Planas les intentaría frenar su marcha al igual que la montaña de Todoque lo pretendió en La Palma. En ambos casos no resultaron ser obstáculos de suficiente entereza contra el ímpetu y el vigor de los ríos de brasas, los cuales los sobrepasaron sin dificultad alguna.

La segunda colada, más numerosa, contaba en sus filas y la comandaba María Luz, la heredera legal de Muspelheim (Reino del Fuego en la mitología nórdica) y Surt, el gigante más poderoso de dicho reino pero que aquí camufla su auténtica identidad bajo el nombre de Pascual. El ardiente arroyo bermellón que guiaban tomó dirección a María de Huerva y Cadrete para culminar la ascensión a Cabras sin excesivo esfuerzo. Una vez arriba la colada volvió a fragmentarse en dos, simplemente por abarcar más terreno. No era cuestión de más o menos fuertes sino tan solo de sensaciones y corazonadas. El objetivo era desembocar todos los afluentes a la misma hora en la costa de Cuarte. Unos fluyeron directos hacia Valdeconsejo y otros hacia el reto de superar la cuesta del Royo y sobrepasar la Paridera Gómez, desafío que salvaron con la reconocida dignidad que los hace célebres.

Y llegó el momento de arribar al campo de fútbol donde se unificaron las variopintas coladas de lava en el delta apalabrado y dispuesto, con espacio delimitado para las bicis y cuatro mesas para diez comensales cada una. Porque sí, las cuentas no fallan, superamos los cuarenta participantes. 

Era la hora de la ofrenda al Dios Vulcano y, como se supone que estamos más civilizados, descartamos los sacrificios humanos como hacían los incas en los volcanes de los Andes Ampato y Pichu-Pichu con niños y mujeres jóvenes de gran belleza y pureza que preparaban para ello desde su nacimiento. O también como los miembros de la tribu Tengger en Indonesia, que aún hoy se reúnen alrededor del cráter del Monte Bromo para arrojar frutas, verduras, cabras, pollos y demás con la esperanza de complacer a los ancestros y a los dioses hindúes.

Nosotros para estos menesteres somos más comedidos y elementales. Nos bastan y sobran un par de jarras de cerveza para paliar nuestro fuego interno y unos huevos, patatas y una ración de los cerdos capturados en el Moncayo (quien ha leído el relato de Aspanoa lo entenderá) para tapar grietas y fisuras de nuestro aparato digestivo. Sencillo, apetitoso y nutritivo. ¿Qué más se puede pedir?

Harían falta folios y folios para describir con todo lujo de detalles el fabuloso ambiente que disfrutamos antes, durante y después de colmar nuestra sed y saturar nuestras venas de colesterol. Es uno de esos días que perduran durante mucho tiempo en la memoria de quien tuvo la fortuna de gozarlo. Sin duda, para revivirlo. Y por supuesto, no esperaremos cincuenta años como el Cumbre Vieja, ni cincuenta meses, ni tan siquiera cincuenta semanas. Seguro. Amenazamos con organizar otra erupción como ésta más pronto que tarde.

Son las 22:15 horas del 05 de Octubre de 2021: Damos paso a los corresponsales y compañeros para que a partir de ahora y en los próximos días e incluso semanas puedan hablar de volcanes, cine, volcanes, libros, volcanes, naturaleza, volcanes y volcanes.

Y que los dioses me libren de ser sacrificado como ofrenda en nuestro volcán de ensueño!!!

“Quien no está en paz y armonía consigo mismo

no puede estarlo con el resto del mundo”


domingo, 3 de octubre de 2021

25·09·2021

31. Aspanoa. Por esos pequeños héroes.

“No desesperes nunca, jamás,
ni cuando estés en las peores condiciones,
porque de las nubes más negras,
cae el agua más limpia.”

Y llegó el día, uno de esos marcados a fuego en el calendario desde que recibieron la misiva cerrada con sello de lacre implorando la ayuda desinteresada de la Hermandad. El juramento procesado ante el Código de Caballería y sus Leyes les forzaba a respetar y proteger a los débiles, ser benevolentes con los desamparados y obrar siempre y en todo lugar como paladines de los justos ante cualquier abuso, atropello o maldad. Y esto fue así, de obligado cumplimiento durante siglos. Por ello aceptaron de buen grado el desafío. Parte leyenda, parte realidad.

La carta los convocaba a una cabalgada muy especial, como especiales eran en esta ocasión los necesitados por los que se demandaba ayuda y colaboración: niños. Niños a los que un pernicioso dragón proveniente de la constelación infernal de Cáncer vertió todo su mal, niños a los que con toda crueldad les robó la infancia, niños que por su corta edad debían estar jugando a guerreros y princesas con sus espadas y escudos de madera y sus coronas y adornos de flores pero que la mezquina enfermedad los tenía postrados en sus camastros sometidos a unos tratamientos costosos y de resultados inciertos. Niños que cuanto menos merecían que alguien les devolviera aunque fuera momentáneamente la sonrisa arrebatada y la ilusión de volver a soñar. 
Porque un día sin una sonrisa es un día perdido y eso los Alazanes no lo iban a consentir. No, con los niños no. Por nada faltarían a la cita.

Durante semanas se prepararon a conciencia para tal evento. Cabalgaron sin apenas descanso y a galope brioso por la Vallobera, la senda de Goya, el Barranco de Torrecilla, los Montes de Peñaflor, el Alto del Campillo y por cuantas cumbres, crestas, montañas y caminos surgían a su paso, exprimiendo al máximo a sus monturas y con una motivación extra que los hacía crecerse ante cualquier adversidad.

Y ahora sí, llegó el día. Un convoy de carruajes y carromatos con sus pertinentes remolques fueron arribando sin cesar y en un constante goteo a la villa de Almudévar donde una vez allí se ubicaron por los diversos apeaderos colocados para tal menester. Como si de un ritual ceremonioso se tratara montaron con esmero y pulcritud las sillas, estribos, correajes, cinchos, cabezadas y embocaduras sobre los inquietos y exaltados corceles. Todo esto se unía a la impecable imagen que ofrecían los jinetes, minuciosamente acicalados y emperifollados. No era para menos, el acontecimiento así lo requería. 

Un aura de sensaciones dispares se apoderó de ellos pues se solapaba la alegría, el entusiasmo, el júbilo y el alborozo con la incertidumbre, la duda y el recelo. Hubo quien, como Sir Mike Lion, comentó notar un curioso hormigueo similar al que se siente ante el inicio de un combate. No era el único. Para muchos era su primera gesta o torneo y lo trataban de disimular o lo sufrían en silencio. El síndrome de la almorrana.

Si bien la representación de los Alazanes fue numerosa no estaban todos los que eran o no eran todos los que estaban (nunca he sabido con certeza como es lo correcto). Algunos de los ilustres veteranos debieron permanecer custodiando las lindes de la antigua Caesaraugusta dando buena cuenta en Monzalbarba de un copioso festín para almorzar. Corren rumores de boca en boca que tras el paso por allí del Maestre Paskual, Lord David Pegasus y el Berserker vikingo Mamolar las patatas se marchitaron, las gallinas dejaron de poner huevos y los cerdos huyeron despavoridos siendo vistos por última vez en la cima del Moncayo. Ni el propio Atila habría originado tanta devastación.

Por el contrario, si que acudieron y se hicieron de notar algunos de los nuevos miembros reclutados como el noble Louis Ibercash quien a su tesón y fuerza de voluntad solo lo supera su entrañable y ocurrente buen humor y sus dotes con la pluma y el tintero como cronista. 
Que decir también de ese peculiar binomio que forman Sir Charles Pee, quien tiene el honor de pertenecer al exiguo grupo de los escasos jinetes que portan la túnica sin relleno natural y que son capaces de respirar con la armadura ajustada. Y como no hay Quijote sin Sancho ni Rey Arturo sin Lancelot, junto a él siempre cabalga el alma libre llegado del Este Georgi Ivanov a quien los más carcamales intentan pulir con sus consejos de abuela y él, muy agradecido, costea tales enseñanzas con su continua y perenne risotada. 

Otros que también les honraron con su compañía fue el herrero Arthur, un gentil artesano de diestras manos capaces de reparar cualquier pieza deteriorada de los accesorios de las monturas y carros y el infante de Cartago Nova Fran, descendiente seguro de Aníbal por su poderío demostrado, a quien pronto perderían de vista pues sus obligaciones laborales requerían de su presencia en la villa con prontitud.

Sin prisa se presentaron en el punto de salida para maravillarse con el espectáculo que se mostraba ante ellos. Centenares de caballeros, casi mil como después se comentaría, se habían presentado al llamamiento realizado por la comunidad Aspanoa quienes, con la colaboración de sus voluntarios, patrocinadores y gentes de bien de la población, habían organizado el evento minuciosa y magistralmente cuidando hasta el último detalle, recibiendo por ello todo tipo de merecidos elogios y sinceras alabanzas.

Desde las alturas y a vista de pájaro la imagen se asemejaba a la paleta de un pintor de óleo, pues no faltaba gama de color ni tonalidad por mostrar. Estandartes, blasones, cascos, yelmos, atavíos, capas y vestiduras variopintas formaban un paisaje multicolor para disfrutarlo con calma, minuto a minuto, segundo a segundo.
Tras unas breves palabras de los invitados de lujo se dio la salida y a partir de ahí fueron conscientes de la magnitud del número de presentes. Eran sobrepasados por ambos lados por jinetes desbocados pues la idea inicial de nuestros héroes era la trotar ligeramente al principio con el fin de reagrupar la partida en las primeras millas y cabalgar como uno sólo, como lo solían hacer habitualmente. Imposible, por más que lo intentaron no fueron capaces.

Algunos advirtieron al resto del nubarrón que los amenazaba por su izquierda pero tal vez por mandato de Neptuno, quien de forma solidaria quiso unirse a la fiesta, ésta fue disipándose hasta desaparecer por completo. Por algo es el dios de las nubes y la lluvia y no podía permitir que nada empañara la gesta de esta jornada, al menos nada de lo que estuviera en su mano. Pensaría acertadamente que ya tenían bastante con batallar con el terreno blando e incluso pegajoso con el que se toparon esporádicamente y que daba la impresión de querer agarrar a los caballos por las pezuñas y evitar así el avance de la tropa.

Acordaron esperarse en el primer avituallamiento y así lo hicieron. Tan sólo habían recorrido la cuarta parte de la correría pero devoraron las viandas disponibles como si hubieran cruzado sin descanso todo el Reino. Aunque desde ahí reiniciaron la marcha agrupados poco a poco se formaron dúos, tercetos e incluso a alguno no le quedó otra que cabalgar en solitario. 

El hidalgo Fernán no tuvo excesiva fortuna a la hora de elegir acompañantes pues cuando el Mariscal Gocha y Sir Henry Quet marcaban un paso ligero, constante, machacón y sin pausa era como querer perseguir a una diligencia de seis potros jóvenes con un percherón medio cojo. Cierto es que tropezar dos veces con la misma piedra no es mala suerte: la primera puede serlo, la segunda es una decisión mal tomada. Ya había sufrido afrentas similares y aún así volvió a caer como un pardillo. Tan solo pudo cobrarse un respiro cuando el camino se elevaba mirando al cielo en las escasas pero bienvenidas cuestas. Allí el Mariscal pagó con creces los abusos gastronómicos de los días anteriores por tierras leonesas y gallegas, aunque en su favor hay que decir que al ritmo de “costillar, navajas, almejas … costillar, navajas, almejas …” coronó las cumbres con la dignidad necesaria.

Y ya sólo restaba el último arreón, ese que les llevaría al final del trayecto entre vítores y aplausos de los vecinos con la satisfacción del deber cumplido y el orgullo de haber colaborado con una causa justa. Ni más ni menos lo que les exigía su Juramento como Caballeros de la Noble Orden de los Alazanes. Tiempo hubo para recibir una dulce recompensa, pues los pasteleros se habían afanado en preparar las famosas trenzas de la localidad que junto a una naranja, frutos secos y botellín de agua completaron un zurrón espectacular para cada uno de los participantes.

Esta vez sí, reagrupados de nuevo y cada cual con el obsequio con el que los habían agasajado, compartieron anécdotas, aventuras y desventuras mientras daban buena cuenta de unas merecidas cervezas y brindaban por los que ocultan la tristeza, la desdicha y el dolor con una sonrisa. Porque ese fue el mejor de los premios: volver a ver sonreír a esos niños que, como los auténticos héroes que son, nos dan día a día una lección de lucha, constancia y superación. 

Volveremos y te venceremos maldito Dragón.

“Atrévete a caminar, aunque sea descalzo,
a sonreír, aunque no tengas motivos,
y a ayudar a otros, aunque no te aplaudan”