24·01·2021
12. La Divisoria
31 de julio de 1917, poblado de Passchendaele (Bélgica): 585.000 soldados
murieron para avanzar solo 8 kilómetros. Tras la batalla, Siegfried Sassoon,
poeta y soldado, escribió su poema: "Yo morí en el infierno... ..." Y
el infierno, según él, era el lodo.
24 de Enero de 2021, la Puta Divisoria: 11 aguerridos valientes vieron frenado
su vertiginoso y frenético descenso por el mismo enemigo, el barro.
Para alguien que no lleva mucho tiempo rodando en grupo y con el hándicap de
ser foráneo cada ruta le muestra nuevos horizontes, panoramas, vistas,
paisajes, poblaciones, elementos arquitectónicos e históricos, etc... hasta
entonces desconocidos para él. Y si además le pica la curiosidad y el afán de
indagar y aprender se comprende el interés por la ruta de este domingo.
Lo de “Divisoria” quedó claro con las explicaciones de Armando (mil gracias):
el camino separa los valles del Ebro y del Huerva y lo de “Puta”... ayyyy lo de
Puta ... tan solo hizo falta acometer las primeras crestas para entender que
incluso ese apodo parecía quedarse corto por la dureza de las rampas y la
exigencia tanto física como técnica que requería la hazaña. Pendientes con
notable desnivel, pedregosas, quebradas y escarpadas que mermaban las fuerzas
martilleando brazos y piernas.
Y qué decir de los descensos: si normalmente sirven para coger aire y recuperar, en este caso obligaban a mantener el cuerpo en tal tensión que el descanso era nulo. Era de agradecer los puntos de reagrupamiento donde las pulsaciones descendían, el oxígeno entraba en los acelerados pulmones y donde pensabas en qué mala hora te habías apuntado a esta ruta. Verdad es que una vez coronado el tramo de mayor dificultad y orgulloso por haber superado la prueba los malos pensamientos y la fatiga se desvanecían y volaban con el cierzo.
Quedaba el descenso en teoría rápido, limpio, por buen terreno, pero cruzarse con los Finisher y ver el estado de sus monturas no presagiaba nada bueno. Y a pesar de rodar sobre aviso el mal augurio se hizo realidad cuando uno a uno el barrizal nos fue engullendo abrazando ruedas, cambios y platos hasta el punto de tener que poner pie a ¿tierra? ... nooo, pie a barro. Es de alabar y agradecer que a pesar de todos los contratiempos y percances el buen humor permaneciera intacto y las risas y el jolgorio los tornara en una peripecia anecdótica para contar y recordar.
Quizás lo más doloroso y difícil de asumir fue al final de la ruta, en el
Parque Grande, terracita al sol, botellín de cerveza, torreznos de bolsa y
olivas, cuando “gentilmente y en tono muy agradable” el camarero espetó
mientras posaba sutilmente el platito con la cuenta en una de las mesas: ¿esto
quien me lo paga?. No voy a entrar en detalles, tan sólo comentar que para
aprender, perder. Ya sabemos de un bar al que NO volver más.
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