19·12·2020
17. Trilogía: “EL CONJURO DEL HECHICERO”
PARTE III
“Ellos son los que se adentran
en lo desconocido y lo conquistan,
son los que alcanzaron las más altas cimas,
son los que se criaron escuchando hazañas
y ahora escriben las suyas.”
Entrados ya en el último mes del año y palpando las deseadas Navidades el conjuro comenzó a dar su fruto para sorpresa de todos. De las hojas de la hiedra supuraba una savia jamás vista por su color y textura, la cual fue cuidadosamente recolectada y envasada como si de polvo de oro se tratara. Cierto es que incluso podían estar frente al tesoro más deseado y valioso: una vacuna con la que hacer frente al poder de la parca y a su mortífero aliado invisible.
Tan solo faltaba profesar actos
de Fé: ofrecer esta nueva esperanza a dioses cristianos, paganos y mitológicos.
Partieron un 19 de Diciembre rumbo al Toro Sagrado de Alfajarín para mostrarle
agradecimiento y demandarle su legendaria fortaleza en un ritual con el cual en
otras épocas habrían sido víctimas de la Inquisición. El ambiente en el punto
de salida era especialmente jocoso y elegante pues el que más y el que menos
había adornado su montura con aderezos navideños y se había ataviado con sus
mejores túnicas y gorros roji-blancos típicos de estas fechas. Ni el torturante
frío gélido que se cebaba con ellos ni la persistente niebla que los
aguijoneaba con su humedad eran capaces de borrar las sonrisas de las caras ni
de apagar el brillo de ilusión que desprendían sus ojos. No tardaron en divisar
las ruinas del castillo musulmán y abriéndose paso a través de la bruma cerrada
culminaron la ascensión reagrupándose a los pies de la majestuosa silueta del animal
mítico protagonista de la ofrenda. Con el baile previsto realizado y el
propósito de la ruta consumado era hora de retornar a la aldea por la Alfranca
y la pasarela del Bicentenario a un ritmo asfixiante para la mayoría de los
corceles.
Una semana después, el 26 de
Diciembre, y por ser la última cabalgada del año decidieron hacer un guiño a la
doctrina cristiana y santificar la savia de la esperanza en la Ermita de San
Jorge. No podían esperar al 23 de Abril, fecha de su festividad, cuando los
lugareños se dirigen en procesión hasta allí para asistir a una misa tras la
cual el sacerdote bendice los campos del municipio y los nobles y señores de la
villa invitan a pan y vino a los asistentes. Previamente debieron ascender y
transitar por los molinos del Parque eólico Arias, esos que tan bien le habrían
servido de fuente de locura a Don Quijote. A partir de ahí, camino llano y
trote ligero hasta el cementerio del Burgo donde comienza la escalada hacia la
Ermita con unas rampas finales del 20% en las que hay que apretar los estribos,
echar el cuerpo hacia delante y no levantar las posaderas de la silla de montar.
Una vez coronada la cumbre, mientras los potros recuperaban el resuello y antes
de bendecir la pócima sagrada, los valerosos jinetes disfrutaron de las admirables
vistas que les ofrecía el paisaje.
Con el comienzo del nuevo año
las cabalgadas previstas para proseguir con las ofrendas sufrieron un penoso
revés por culpa de las inclemencias del tiempo. La ruta de los Belenes del 2 de
Enero se vio truncada por el agua-nieve que se posaba sobre los bravos
guerreros que, aun siendo conocedores de la que se avecinaba, ensillaron sus
monturas y galoparon hasta que el barrizal les imposibilitó la marcha. No hay
mal que por bien no venga y no hay contrariedad que no se pueda endulzar.
Merced a esta retirada a tiempo tuvieron la fortuna de poder empapuzarse con un
chocolate caldeado y engullir unos churros recién hechos cortesía de la
pariente de un fiel seguidor de la hueste tricolor.
No corrió mejor ventura la ruta
señalada para una semana después, el 9 de Enero, hacia la Cueva Encantada. La
villa, como prácticamente todo el Reino, amaneció con un manto blanco radiante
de considerable espesor fruto de una nevada histórica que sorprendió a propios
y fascinó a extraños.
Por fin el 16 de Enero los
establos se desocuparon y las herraduras volvieron a bailar con brío esta vez
por Miralbueno, Garrapinillos, camino de Bárboles, Torre Medina y puente de
Clavería. Tampoco iba a resultar un transitar sobre pétalos de rosas. El
incordiante y engorroso cierzo no quiso perderse la función e incluso osó actuar
activamente en ella. Pero ni él ni cien vientos más poseen la fuerza suficiente
para frenar a nuestros actores principales. Debían realizar el ritual pagano
del Fuego en la Pirotecnia y nada lo iba a impedir.
Persistente en su intento juró
venganza una semana después, el 23 de Enero, mientras nuestros caballeros
cabalgaban por las sendas del río Gállego, San Juan de Mozarrifar, la Cartuja y
Valdegurriana. Pero poco podía hacer ante la veteranía de estos paladines y su
maestría, destreza y pericia en el arte de parapetarse y guardarse ante sus
acometidas.
Barro, nieve, cierzo... ... Aún
faltaba un cuarto invitado detestado: la lluvia. Y esta se presentó sin ser
convocada el 30 de Enero. Las nubes que aligeraron su carga durante la noche y
la previsión al alba forzaron a tomar la infeliz pero acertada decisión de
cancelar la partida que debía poner rumbo hacia Peñaflor, la Ermita de san
Cristóbal y la Cuesta del Fraile. Más que anularla simplemente se pospuso una
semana y el 6 de Febrero iniciaron la ruta bajo una fina ducha de minúsculas
gotas casi imperceptibles que formaban
fastidiosos lodazales a su paso. Les aguardaba una idílica ascensión entre
pinares y vegetación típica del bosque mediterráneo y tras coronar la cumbre no
sin esfuerzo, afán y sacrificio brindaron la savia milagrosa para recibir su
bendición. Trotando de retorno al hogar transitaron por las inmediaciones de la
Cartuja de Nuestra Señora de Aula Dei, uno de los conjuntos más importantes del
Reino tanto por su arquitectura como por las obras de arte que encierran sus
muros. Rodeada por una muralla de ladrillo y cubierta por teja árabe se
deleitaron con la imagen de la sobria Iglesia central, la gran plaza
ajardinada, el claustro donde se ubica el cementerio, la hospedería, las
capillas privadas, el refectorio, la biblioteca y las celdas individuales de
los monjes cartujos con su dormitorio, oratorio, estudio, comedor, huerto,
taller y solana.
En esta peculiar ronda por
castillos, ermitas, iglesias y demás no podían ni debían faltar a la cita con
el emplazamiento más alto de la antigua Caesaraugusta: Santa Bárbara. Por ello
un 13 de Febrero y tras espolear sus monturas por los galachos de Juslibol,
Alfocea, Cantarranas, Rosales, Montecanal y Valdespartera se plantaron a los
pies de la pronunciada y escabrosa senda que los encarrilaría hasta los restos
de la fortaleza construida con obra de tapial y piedra y que posteriormente
sería reformada para edificar sobre ella la Ermita que se presentaba ante sus
ojos con grandes pérdidas de material y aspecto ruinoso. La desazón se apoderó
de ellos al ser testigos de lo que es capaz el ser humano en nefasta alianza
con la naturaleza. No había tiempo para lamentos y una vez practicada la
solemne ceremonia iniciaron la vuelta por la Cartuja y el camino de la
Alfranca.
El elenco de lugares por donde
debían peregrinar estaba a punto de concluir y así el 20 de Febrero bajo una
túnica sombría y grisácea que iría cediendo ante el empuje de los destellos
solares partieron en busca de la Cueva Encantada por el barranco de San Juan en
las proximidades de Alfajarín. Asegurando los pasos con cautela y precaución se
dejaron guiar por la estrechez del acotado sendero en el que tan solo había
espacio para una montura. Asegurando firmemente la riendas ante el incesante
zigzagueo y enfundados entre las lomas del barranco hallaron por fin el objetivo
de la ruta: la cueva. Y allí mismo depositaron unas gotas de la esencia
milagrosa con la esperanza de que el encantamiento del lugar contagiara su
poder. La vuelta, jubilosa y optimista por haber cumplido con el cometido de su
misión, la concluyeron por los términos de La Puebla de Alfindén y Villamayor.
Ya solo faltaba celebrarlo y
para ello decidieron retornar al primer destino de la correría para cerrar el
círculo y clausurar el propósito de tantas andanzas, aventuras y desventuras:
el Toro de Alfajarín. Pero esta vez se presentaba la jornada de forma diferente
pues no hay forma mejor de festejar una conquista o una victoria que frente a
un suculento y ostentoso menú de genuina dieta mediterránea. Por custodiar fielmente
la imagen de la hueste no pregonaré más detalles. Lo que fue digno de alabar
fue la perfecta organización tanto de los preparativos como del acto en sí.
Tras una pacífica invasión de la plaza de Pastriz y el buen hacer de la taberna
la jornada de hermandad finalizó envueltos en una nebulosa de fraternidad y
amistad que superó cualquier expectativa.
Durante meses obraron tal
y como sus principios así le marcaban. El germen de esperanza ya estaba
difundido por doquier y el conjuro del Hechicero ya estaba concluido. El resto
no dependía de ellos, los creyentes debían suplicar en sus rezos y los paganos
encomendarse al destino.
Pero el final de esta
lacra, o no, será otra historia, o no.
“Empieza haciendo lo necesario,
después lo
posible,
y de repente te
encontrarás
haciendo lo
imposible”
(San Francisco de Asís)
FIN
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