Hace una semana escribí un comentario en la ruta de Alazanes que hoy considero igual de válido y extensible a lo vivido y disfrutado este domingo. Apuntaba así:
"Enorgullece formar parte de un Club de gran solera y arraigo, fértil y boyante en virtudes, historia y prestigio, sentirse reconocido por ello, palparlo en las quedadas y en el ambiente que las arropa como la densa niebla invernal, notar que la complicidad es recíproca, que la cordialidad y el compañerismo envuelve la piña tricolor, que las cuantiosas, sinceras y mutuas sonrisas son el mejor regalo y el pegamento más hercúleo, y que a veces con un breve saludo, una mirada limpia y una sencilla mueca al cruzarse en el camino es más que suficiente para el buen entendedor."
Porque por un día todos los caminos no llevaron a Roma, por un día su destino fue Cuarte de Huerva. Y hasta allí llegaron desde diferentes afluentes y dispuestos a colmar el embalse de La Fraternidad los variopintos grupos que forman este Club. Unos como los carreteros Team desde Alfamén y Cariñena, otros rodando por la ruta de Principiantes propuesta por Paco, eso sí, auténtica de Principiantes Principiantes… … (ahí os la dejo botando). Hubo quienes se escabulleron como pícaras comadrejas y acortaron la ruta con alevosía y determinación e incluso también quienes aparecieron de la nada como los espectros fantasmales de las casas encantadas.
Fuera como fuere, el improvisado
corral para las monturas se fue llenando sin tregua ni pausa con un incesante
goteo de máquinas, una a una, quedando éstas bien amarradas y seguras al
compartir solidariamente sirgas de cable, cerrojos y candados y que una vez
entrelazadas formaron una formidable, inaudita y multicolor escultura metálica
vanguardista.
COMPARTIR. Quizás esta palabra sea una de las más indicadas para reflejar lo que fue el alma del evento.
Compartir abrazos, sonrisas, palabras, recuerdos y vivencias.
Compartir saludos entre ilustres
veteranos que no coincidían en mucho tiempo, entre compañeros que de cuando en
cuando organizamos rutas conjuntas e incluso entre algunos con los que era la
primera vez en la que se cruzaban nuestras miradas.
Compartir el aplaudible mérito de
aquellos que por diferentes motivos no se quedaron al almuerzo pero que aún así
rodaron hasta Cuarte, o el de los que acudieron únicamente para la foto porque
por nada querían perderse el momento de posar junto a sus compañeros de
andanzas, aventuras y desventuras.
Compartir la invasión organizada
de la grada para plasmar el retrato de familia con los colores rojo, blanco y
negro de los maillots y con las casacas doradas de los trialeros.
Compartir prendas con aquellos a
los que la nueva uniformidad no les había llegado a tiempo pues como contaron
las malas lenguas éstas todavía andaban por la ruta de la seda de Oriente o
rememorando los viajes de Marco Polo.
Compartir ese doloroso impasse de
tiempo con los que la genética, la glotonería y otros excesos gastronómicos nos
ha jugado una mala pasada y lejos de poder presumir de unos abdominales tipo
tableta de chocolate lucimos con orgullo un prominente melón y por lo cual nos
vimos obligados a contener la respiración y contraer la panza mientras duraba
el reportaje fotográfico a la vez que manteníamos con dignidad el hilo de
aliento justo para compartir los tradicionales cánticos, gritos y brindis tan
aplaudidos y afamados en ciertas terrazas de bares bien conocidas por todos.
Y como guinda al pastel del
hermanamiento, compartir aposentados en corrillos de cuatro, como tiernos
churumbeles de colegio, tertulias, chácharas y parloteos mientras arribaba el
ansiado momento de recibir las reconstituyentes viandas encargadas, sabedores,
eso sí, de lo complicado que resultaba atender a tantos comensales. Paciencia y
comprensión, antes o después, todo llega.
Como la mayoría no podemos alardear de tener morro exquisito ni paladar fino, somos facilones de contentar y nos conformamos con un sencillo plato de dos voluminosos... (con perdón)... huevos, acompañados de virutas de fécula y una ligera muestra de sabroso producto porcino más que nada por darle algo de color al cuenco. Nada de gula, Dios nos libre.
No hace falta comentar que, como
deportistas “pro” tal y como estamos catalogados, somos conscientes de lo
fundamental que es la hidratación para un óptimo rendimiento físico por lo que,
para evitar que la energía aeróbica de los músculos disminuyera, dimos buena
cuenta de jarras de cerveza, refrescos e incluso cuenta la leyenda que hubo
quien osó beber agua.
Tras los pertinentes cafés y algo más de tiempo para coloquios, chistes, bromas y demás, llegó la hora de partir y como las margaritas en otoño nos fuimos deshojando por el camino para que cada pétalo volara a su jardín empujado por una suave brisa y bajo un clemente sol que ya parecía anunciar, por fin, la llegada de la anhelada primavera.
FELICITAR y AGRADECER a los padres de la idea, a los organizadores y voluntarios que cuidaron hasta el más mínimo detalle y a tod@s los participantes por aportar y compartir su granito de arena para que este Día del Club se celebrara como se merecía, como una maravillosa fiesta que permanecerá en la memoria por mucho tiempo como el día en el que, por una vez, todos los caminos no llevaron a Roma.
“Todo lo que ilumina
debe permanecer ardiendo
y las sonrisas floreciendo
de entre sus brasas vivas”
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