nunca he visto a un
águila escondiendo sus divinas alas,
nunca he visto a un
pájaro sin cantarle a la mañana,
nunca he visto a un
río estancarse ante una piedra,
nunca escondas tus
sueños, lucha por ellos.”
Allí estaban,
abuelo y nieto, guerrero y aspirante, maestro y discípulo, sabiduría y
curiosidad, la placidez que dan los años frente al ardor juvenil, ambos sobre
la cima más elevada que encontraron y desde donde la naturaleza se plasmaba
ante ellos con todo su esplendor: ríos y afluentes, arboledas y mantos de
flores, sotos y galachos pero también secarrales casi esteparios así como un
variopinto repertorio de aves, mamíferos e insectos.
A sus pies Salduie,
la ciudad íbera donde habitaban, con sus casas fabricadas con un zócalo de
sillares de alabastro recrecidos en adobe, sus muros decorados con pinturas o
simplemente enlucidos con cal y sus pavimentos de ceniza o gravilla apisonada, donde
los más lujosos se mostraban con mosaicos de dibujos hechos de teselas
embutidas en mortero. De entre todos los edificios resaltaban como joyas el Foro público y
el mercado cubierto. Atrás quedaron las cabañas de los primeros asentamientos en
la confluencia de los ríos Ebro y Huerva de la Edad de Bronce Final y las
viviendas, ya de adobe, de la Primera Edad de Hierro. Porque desde esos tiempos
inmemoriales el emplazamiento ya no paró de crecer.
Ellos, los
sedetanos, conocieron la prosperidad, capaces incluso de acuñar su propia
moneda, la cultura urbana y el desarrollo político, inducido por el contacto con
las civilizaciones mediterráneas, griega y fenicia, y transmitida a lo largo del
canal de comunicación que suponía el río Iberus antes de la llegada de los
romanos.
Al contrario que
sus vecinos los celtas y celtíberos hostiles a Roma como los titos, belos,
lusones... ... que ofrecieron una resistencia larga y consistente a la
ocupación romana, pues su vida se orientaba a exaltar el valor personal, el
honor y la guerra, los antecesores de nuestros protagonistas colaboraron con
ellos. Sus aristocracias fueron combatientes que lucharon en escuadrones de
caballería como parte de los contingentes militares romanos y a los que se les erigían monumentos funerarios adornados con estelas en las que se representaban
jinetes, caballos y lanzas.
Porque el caballo
era parte de ellos, de su vida, de su muerte. Así continuó durante siglos, con los
visigodos, la invasión musulmana, la Reconquista, el Medievo y sus Órdenes
militares como la de los Alazanes, incluso en la actualidad, dando nombre a
cierto grupo ciclista que rueda forjando su propia leyenda. Pero eso es otra
historia.
El abuelo, en su
lucha contra el tiempo, se negaba a que toda la sapiencia y conocimiento con el
que le habían ilustrado y que se había transmitido de boca en boca durante
generaciones se diluyera y quedara en el olvido y el ostracismo ante el empuje
de las nuevas culturas. Por ello apuraba cualquier oportunidad o coyuntura para
inculcar al inquieto mozalbete todo el saber que había heredado y con el que
había pulido su carácter, cultivándose y actuando tan solo como un espectador
privilegiado de cuanto le rodeaba, de cuanto le ofrecía la naturaleza, de
cuanto le brindaba la tierra.
Divisaron en el
horizonte y en las puertas de la ciudad como los valerosos jinetes montados en
sus flamantes alazanes iniciaban una nueva correría hacia las Portilladas y los
montes de Alfajarín donde siglos después sería edificado un Castillo que
acabaría en manos de una noble familia y donde aún más tarde se alzaría una
estatua para rendir culto al Toro y cuya visita era, y es, de obligado peregrinaje.
Verlos partir
desencadenó un revoloteo en la mente avispada del zagal y un aluvión de preguntas
que pondrían en jaque la serenidad, el temple e incluso la paciencia del
abuelo.
- Abuelo... ¿Algún
día yo también cabalgaré con el resto de los guerreros de la tribu?
- Por supuesto,
pero tranquilo. Fíjate a tu alrededor: la naturaleza solo florece en primavera,
hasta entonces las raíces se mantienen fuertes bajo tierra. A ti también te
llegará tu primavera, pero has de tener paciencia. Todo florece cuando tiene
que florecer, los árboles no fuerzan para que nazcan sus frutos, simplemente
salen cuando toca.
- Si, ya, pero... ¿Cuándo
estaré preparado? ¿Cuánto me falta aún?
- Todo tiene su
tiempo y lleva sus pasos. ¿Has intentado alguna vez encender un fuego empezando
con un tronco grueso? ¿A que no se puede? ¿Verdad que primero hay que ir
poniendo ramita a ramita? Pues tu aprendizaje y entrenamiento ha de ser igual,
ramita a ramita. ¿Tú crees que sin el adiestramiento necesario nuestros
guerreros hubieran coronado las Planas por Vallobera con la facilidad con la
que alcanzaron la cumbre la semana pasada?
- Es que cuando
duermo me veo trotando con ellos y soy tan feliz...
- Pues entonces se
fiel a tus sueños y al camino que te has marcado para alcanzarlos. Mira allí
abajo. ¿Ves el río? Si no siguiera su llamado hacia el mar se convertiría en
agua estancada. Pregunta a veteranos por el grandullón de sonrisa eterna, por
su tesón, su fuerza de voluntad y la satisfacción que le da superar sus propios
retos, miedos y desafíos. Tanto en aguas mansas como en rutas hacia la Presa de
Pina o en otras más bravas como en el Alto del Campillo y por los Montes de Villamayor,
nunca se estanca. Y como él hay otros tantos que ahora idolatramos por su
ejemplaridad.
- Ahora que has
hablado de miedos... Lo de salir de casa la primera vez a recorrer nuevos
caminos, hacia lo desconocido... buff, no sé...
- Me lo pones
fácil. Observa aquel pajarillo, seguro que él también creía que su nido lo era
todo hasta que abrió las alas, voló y descubrió inimaginables nuevos mundos. No
tengas miedo a saltar del nido, peor es quedarse toda la vida enjaulado. Eres
testigo de cómo cada semana nuevos jinetes han cabalgado con la hueste por
primera vez. Arropados y al amparo del resto ahuyentaron sus temores galopando
hacia Rodén Viejo, Toro de la Muela, o parque de Muel. Habla con ellos y seguro
que disipas los tuyos.
- ¿Y si fallo o no
estoy a su altura?
- Y seguro que te
pasará, y en más de una ocasión. Pero... ¿Acaso has visto algún árbol perfecto,
recto y erguido? Todos están torcidos y tienen ramas rotas como cicatrices
tenemos los que ya hemos vivido lo nuestro. Pero cuando falles no pongas
excusas y sigue luchando por tu sueño, como el árbol al que se le rompe una
rama y no por ello se paraliza sino que sigue creciendo en su empeño de
acariciar las nubes. Además... ¿Quién no ha tenido un mal día, ha pasado mala
noche antes de cabalgar, ha tenido problemas con las herraduras de su corcel,
no ha comido o bebido como debiera, o ha tocado suelo por desmontar de forma
poco ortodoxa?
- Seguro que nada
es tan fácil como lo cuentas
- Por supuesto que
no, pero vuelve a mirar al río y aprende de él. Un día se cansó de tropezar con
las piedras hasta que comprendió que si estaban allí era para que pudiera fluir
por encima de ellas y desde entonces no pierde su tiempo en cada una que se le
aparece sino que las abraza con ternura y las pule. Si aun así le impide el
paso abre un nuevo camino y se aleja. Con los problemas que surjan en el tuyo no
veas piedras sino puentes. En cualquier ruta, ya sea por los montes de Peñaflor
como siguiendo el cauce del Jalón, pueden surgir piedras que entorpezcan la marcha,
pero no por ello nuestros jinetes se han rendido, ni lo harán.
- Da gusto ver como
salen a galopar juntos y como siempre vuelven así.
- Claro, son como
las nutrias que habitan en el cauce del río. Cuando duermen se toman de la mano
para que la corriente del agua no las separe. Así se aseguran que van a estar
siempre en compañía. Ellos hacen igual, cabalgando en vanguardia o más rezagados
nunca lo hacen solos.
- Pero durante la
ruta no rivalizan entre ellos?
- ¿Tú crees que las
flores compiten unas con otras? ¿No, verdad? Lo que hacen es esparcir y
compartir sus propios aromas y fragancias para sumar en beneficio de todo el
prado. Pues ellos hacen algo similar, sumar, sumar y sumar, aportando cada uno su
propio perfume y esencia en favor de toda la hueste.
- ¿Y si alguno se
siente fuerte y decide espolear a su alazán y marchar por delante?
- Alza la vista y
observa aquella imponente águila entre las nubes. Ella no puede estar pendiente
de si a los demás animales les gusta o no su vuelo. Si ha nacido para ser águila
tiene que abrir sus celestiales alas y volar. No esperes verla feliz encerrada
en una jaula. Pero sí te puedo asegurar que no se alejará mucho del nido y ante
cualquier adversidad acudirá a él con premura. Y es más, aún sintiéndose poderosa
no siempre mueve sus alas, también se deja llevar por el viento al igual que
nuestros jinetes mas fornidos también cabalgan a menudo protegiendo al resto y
no siempre a galope tendido hacia el lejano horizonte.
- Es reconfortante
verla volar así de libre y tan afortunada por ello...
- Sí, y volvemos al
principio de nuestra conversación. Ahora la ves reinando como señora y ama del
cielo pero no olvides que primero fue un polluelo que rompió el huevo y no dudó
en saltar del nido, como en su día lo harás tú. Llegado ese momento también te
sentirás dichoso y agraciado de compartir aventuras y desventuras con el resto
de los guerreros de la tribu.
- Si fuera todo tan
perfecto como lo pintas, sin conflictos ni desacuerdos...
- Y quien dice que
no los hay, claro que sí. A lo largo de los tiempos han surgido discordias y desavenencias
de toda índole, pero entonces es cuando hay que ponerse en el lugar de los
caballos que montan. ¿Tú crees que si estos se enojaran con cada mosca que se
acercara a molestarlos tendrían tiempo para cabalgar libres y salvajes por la
tierra? Pues eso, solo hay que darle importancia a lo que realmente la tiene.
- Pero... ¿Si se da
el caso en que el enfado va a más y de la confusión se llega a la desunión?
- Pues no sería ni
la primera ni la última ocasión que esto sucedería. Entonces es cuando hay que
emular a los arboles como los que tienes frente a ti. Estos, durante el crudo
invierno sueltan las hojas sin aferrarse a ellas pues saben a ciencia cierta
que una vez separadas de la rama ya no pueden regresar y aún así no tienen
miedo a empezar de nuevo, sin enojarse con la tormenta que se las arrebató.
- Ya, pero las
tormentas no benefician a nadie ¿verdad?
- Probablemente no
aunque, tú que ya has vivido algunas, habrás comprobado como también de las
nubes más negras nacen gotas de agua puras y cristalinas y si te fijas en el
cielo en una noche cerrada verás como las estrellas brillan más cuanta más
negrura las envuelve.
- Entonces para
manejar con orden una tropa de guerreros como la nuestra hará falta un
cabecilla con dientes afilados como los del lobo y el porte de un oso de las
montañas ¿no?
- Raro se me hace
que hagas esta pregunta pues bien conoces a nuestro adalid y guía. ¿Te parece
que posee la envergadura y fortaleza de, por ejemplo, aquel que como cuenta la
leyenda hizo llorar a una piedra al caer sentado sobre ella? ¿No, verdad? Pero,
por el contrario, si que maneja con maestría otras armas y excelencias que
suplen a esas con creces: la complicidad, confianza, el respeto y algunas más.
- ¿Tan importantes
son esas virtudes?
- Esenciales diría
yo, pues si fallas en una corres el riesgo de perder el resto y con ellas el
carisma e incluso la lealtad de la milicia que hasta entonces se había mostrado
fiel, adepta e incondicional.
Por eso nunca
olvides que realmente grande es aquel que para brillar no necesita apagar la
luz de los demás mientras que el frágil es aquel que necesita mostrarse continuamente
en primera fila para creerse y hacer creer lo que ciertamente no es, aunque
para ello tenga que pisotear las huellas y los caminos de los demás.
- Y ahora que
empieza a anochecer es hora de volver al calor del hogar, a nuestra ciudad, a la
íbera Salduie, a este asentamiento centenario en el que ahora confrontan las
nuevas doctrinas arribadas de tierras lejanas con las enseñanzas y el
magisterio que nos brinda desinteresadamente y día a día la Madre Naturaleza.
Espero que te hayas impregnado de ellas y al menos te haya hecho reflexionar.
Con eso me doy por satisfecho. ¿Vamos?
- Vamos!!!
PD. Este texto
rinde homenaje a quien un día decidió romper con todo lo que había sido su vida
para retirarse en el corazón de las montañas de México junto a los indígenas
Wirrarikas, en comunión con el silencio y la naturaleza y donde encontró gracias
a ella la pasión de su existencia: la poesía.
Está escrito sin
ánimo de señalar ni ofender a nadie, pero si aún así alguien lo lee con ojos
nublados o pájaros negros en la cabeza y llega a sentirse de esa manera, desde
aquí y públicamente le pido disculpas.
AU I ADEU