19·12·2020
"Puedes salir, sin vergüenza ni temor
deslízate suave coronando la mejilla
no te lo pienses más y salta al vacío
únete a los tuyos y regad la tierra
para que la esperanza cubra el cielo."
Hoy no hay lugar para andanzas y aventuras, para jinetes y caballeros, para
potros y corceles, para juglares y trovadores, para castillos y monasterios,
para fantasías y tinteros. Como comenté con David (gana mucho sin peluca y
duele menos a la vista) algo ya rondaba entre las escasas neuronas de mi
maltrecho cerebro para dar forma a un nuevo capítulo del relato del conjuro.
Tan solo faltaban los detalles que seguro la ruta me iría ofreciendo. Pero hoy
no era el día.
Podría guardar en la memoria para utilizar más tarde en el relato las risas y
bromas en el Azud con los disfraces y adornos navideños, el atormentador y
martirizante frío que se cebaba con nosotros un día más, la persistente niebla
que traspasaba las vestimentas y envolvía con su humedad los cuerpos y que
recreaba un ambiente similar al del Londres victoriano de las historias de
crímenes y misterios, la ascensión al Toro de Alfajarín entre el espeso manto
de la bruma como si de los páramos de las tierras altas escocesas se tratara
dejando a la izquierda las ruinas del castillo musulmán con su aspecto sombrío
y siniestro, el reencuentro con el primer grupo en el parque de la Pasarela del
Bicentenario, breve pero como siempre gratificante y jubiloso, la vuelta
acelerada con Jose imponiendo un ritmo asfixiante con atajo incluido, y por
último la sentada en la terraza de la Barca con las consabidas cervezas y algo
de picar, pero no lo haré. Hoy no era el día ni hay lugar para ello.
Porque hoy no soy el hidalgo Fernán, ni firmo mis rimas como D´Onanffer, ni soy
el humilde escribiente de estos relatos. Hoy tan solo soy Fer y tú el cuarzo
transparente y salado que brota de mi ojo, mi lágrima. Esa que se gestó
mientras en soledad me despojaba de las prendas del disfraz y de los adornos
navideños. Esa que cobró su libertad cuando me invadió la nostalgia, la
añoranza y la melancolía al ser consciente que por primera vez no iba a
disfrutar de la compañía de mis padres e hijos en Navidad. Ya son meses, muchos
meses, más de medio año, que la distancia y los muros fronterizos imaginarios
entre comunidades nos mantienen alejados y sin posibilidad de aunar besos,
caricias y abrazos. Siempre crece de valor aquello que se ha perdido.
Tú huye, emancipada y redimida, que yo quedo con la persona a la que el destino
tuvo a bien cruzar en mi camino; a mi mujer, pareja, amiga, consejera y
confesora. La que desde hace ya una década y cada día sin falta me saca una
sonrisa. Y como no, con mi nueva familia, los que desinteresadamente
me acogieron un sábado de Febrero con generosidad, simpatía, hospitalidad,
cordialidad, sencillez, bondad y un encanto especial que ya sabéis lo que
repito hasta la saciedad: cala y cala muy hondo. Por ello siempre estaré
agradecido y obligado a corresponder de la mejor forma que me sea posible.
Y con la música de un clásico como el Rock&Ríos y su versión del Himno de
la Alegría me despido hasta la próxima.
No hay comentarios:
Publicar un comentario