jueves, 30 de diciembre de 2021

26·12·2021

39. Ruta de los Belenes

Cuento navideño: la señal

Un año más y como viene siendo preceptivo desde hace siglos los pastores organizaban una ruta por pueblos y aldeas colindantes a la villa en busca de los tradicionales belenes que por estas fechas montaban los lugareños en las plazas más céntricas. De Oriente se dice que llegaron los Reyes Magos para colmar de ofrendas al niño Jesús y de Oriente también llegó la lacra que por segundas navidades consecutivas estaba marcando la vida cotidiana, la salud e incluso la libertad de todos.

Nuestros pastorcillos ataviados con sus vestimentas blancas y bermellón y sus calzones negros se aferraban como nunca al espíritu navideño negándose a caer en la melancolía, la tristeza y el conformismo por lo que, sin mucho madrugar, se fueron reuniendo en el asador de la Fuente de la Junquera para iniciar la marcha. Este año buscaban algo especial, diferente, pero aún no tenían claro el qué. Quizás una señal.

Antes de partir incluso hubo tiempo para que aquél cabrito descarriado que vive en permanente guerra con las agujas del reloj recibiera una soberana tanda de collejas ganadas a pulso, pues en esta ocasión superó con creces su penoso récord, haciendo esperar al resto más de lo razonable y cortés. 

Acelerados, a buen ritmo, casi sin tiempo ni opción de disfrutar de la cháchara, del camino y del deseado sol que tan abandonados los tenía en las últimas semanas fueron devorando kilómetros como si tras los festines de la cena de Noche Buena y la comida de Navidad no hubieran quedado suficientemente saciados. Al final de la jornada hubo quien reconoció públicamente que durante la ruta había pagado los excesos de viandas que, o a presión o a palazos, había sido capaz de engullir. Por fortuna la piel es como la lycra y cede hasta límites insospechados.

Con tan solo un breve pis-stop iniciaron la subida más prolongada de la ruta. Eso sí, por buena pista, confortable y tendida, cuando se quisieron dar cuenta ya estaban en la entrada de Jaulín. Tras reponer fuerzas, y no precisamente con dulces y turrones como mandan los cánones, buscaron el primer belén del día. Los villancicos de unos y los bailes de otros amenizaron la parada pero el montaje del Nacimiento resultó decepcionante: figuritas escasas, descolocadas y un portal pobre y austero. No iba a ser de aquí de donde recibirían la esperada señal.

Sin más dilación los once pastorcillos decidieron partir hacia Mozota disfrutando como pocas veces con el desenfrenado y trepidante descenso que se postraba ante ellos. Lo que cuesta coronar y que pronto se acaba lo bueno cuando las lorzas, chichas, mollas y carnes prietas se lanzan en caída libre.

Tampoco en el belén de Mozota se podía decir que el consistorio había quemado las arcas del pueblo. El presupuesto les había dado para pasar un paño a los adornos del año anterior y poco más. Ni un real extra, que pena. Después de retratarse junto al peculiar árbol metálico y la miniatura del cervatillo blanco retomaron la marcha siendo conscientes que de allí también iban a salir con las manos vacías, sin el rayo de fe e ilusión que buscaban.

Les quedaba la esperanza de que la revelación anhelada les sorprendiera en Botorrita y hacia allí encaminaron sus pasos. Esta vez la sensatez le ganó la partida a la osadía y no cruzaron el río a las bravas como el año anterior sino que lo vadearon por la pasarela que amablemente les indicó una lugareña mientras corría hacia ellos prendada por la belleza natural de estos intrépidos pastorcillos o más bien como si se le quemaran las lentejas puestas en el fuego. A los pies de la otra ribera y para llegar al objetivo tenían que salvar el penúltimo escollo (el último nunca existe): un auténtico muro de esos que hay que tirar de riñón para coronar con dignidad.
 El  portal montado que se encontraron allí ya era otra cosa: figuras de un tamaño considerable y una esmerada decoración. Pero algo dañaba a la vista. Los barrotes que impedían la entrada lo convertían poco menos que en la celda de una prisión. No habían recorrido tantos kilómetros para adoran a un niño entre rejas. Este tampoco era el niño que debía trasmitirles aquella señal por la que idearon esta peregrinación. 

El retorno resultó un tanto caótico aunque ello tampoco les sorprendió pues no era la primera vez que se fraccionaba el rebaño, se perdía alguna oveja o el pastor más afamado a la par que respetado los llevaba por sendas embarradas, los hacía saltar vallas o les cambiaba el recorrido a su antojo. Pensado y hecho, claro que sí.

El destino les tenía preparada una grata sorpresa y por ello se dice que nunca es tarde si la dicha es buena. Parados en María de Huerva para reagrupar al tropel observaron un gran poste plantado en el cruce de caminos. En él, claveteados y remachados, habían flechas talladas de madera que señalaban hacia los diferentes destinos por los que se podían optar desde dicha encrucijada: “Belén a tantos km.”, “Portal navideño en esta dirección”, “Nacimiento en el pueblo tal, por aquí”... ... ... 
Pero lo que más les llamó la atención fue el tablón sobre el que estaba fijado un pergamino y en el que habían manuscritas unas líneas que rezaban así:

“Puedes tomar el camino que quieras, puedes seguir buscando por todos los pueblos que marcan estas flechas a ese niño que crees que te ha de devolver la esperanza y la ilusión de antaño en  estas fechas, la ingenuidad, inocencia y candidez de los más pequeños de la casa, la alegría, paz y el bienestar que expele el ambiente navideño. Pero no, ese niño no lo encontraras tomes el camino que tomes. Porque ese niño está más cerca de lo que crees, lo llevas dentro. Busca en tu interior, sácalo y disfrútalo. Ese niño eres tú.” 

Y comprendieron que esa era la señal.

FELIZ AÑO NUEVO


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