jueves, 23 de diciembre de 2021

18·12·2021

38. Alto de la Muela

Déjà vu en la niebla.

“El éxito surge de la lucha contra los obstáculos,
sin obstáculos no hay verdadero éxito.”

(Samuel Smiles)

Nadie era capaz de prever que algunos íbamos a ser víctimas de un peculiar déjà vu en el Alto de la Muela. Ese fenómeno, bautizado así por el investigador psíquico Émile Boirac en su libro “Lávenir des sciences psychiques”, nos hace tener la sensación de estar viviendo un evento o situación que ya se ha experimentado en el pasado y que nos resulta muy convincente y familiar. Tal vez por eso las desventuras y sufrimientos que estábamos padeciendo en la ruta del domingo resultaban idénticas a las del sábado y en un momento de lucidez reflexionabas y te decías a ti mismo: “esto ya lo hemos vivido “.

Pero como somos así de transgresores, desobedientes e infractores incluso al filo de la delincuencia, decidimos hundir en la miseria al francés y contradecir sus teorías pues en esta ocasión las sensaciones no se le podían atribuir a un sueño, a un falso recuerdo ni a una anomalía de la memoria. Eran reales, y vaya que si eran reales.
Con más firmeza nos aferramos al pensamiento de otro ilustre sabio, Ferdinand Noss Equien, el cual afirmaba que tropezar dos veces con la misma piedra nos es mala suerte: la primera vez puede serlo pero la segunda es ya una decisión propia.

Es mala suerte plantear para el sábado una ruta con los Alazanes dirección a la urbanización del Alto de La Muela, huyendo de los caminos lindantes a la ribera tan perjudicados con la violenta y descontrolada crecida del río y que el resultado de tal odisea no sea el previsto y deseado. 
Pretender ascender por la subida de los pinos y tener que desistir por el tumultuoso transitar de camiones que a velocidades vertiginosas e incluso temerarias auguraban riesgos innecesarios. 
Tener que tomar por ello la decisión de cambiar el trayecto y ascender por la carretera antigua, muy tendida y cómoda para satisfacción del grupo gravel con su líder a la cabeza marcando el ritmo. 
Pedalear con la idea de fundirnos y ocultarnos entre la niebla hasta dejarla a nuestros pies buscando el sol conforme ganáramos metros de desnivel y que éste no hiciera acto de presencia. 
Privarnos de la espectacular panorámica desde la cima y que en rutas anteriores dio la impresión de estar flotando subidos en una isla y sobre un mar de algodón. 
Acometer el descenso con pies y manos inertes, entumecidas y congeladas por la gélida humedad que como alfileres se clavaba hasta los huesos. 

Todo esto es mala suerte.

Es decisión propia presentarse el domingo para rodar en la quedada conjunta de SPQR y Finisher aún siendo sabedor que el destino volvía a ser el Alto de la Muela.
Participar en otra ruta de esas que fortalecen los lazos de unión, que hacen club y que deberían proliferar más. 
Acometer la ascensión por una vertiente distinta a la del día anterior y desconocida para muchos de nosotros y desde el inicio tener como compañera de viaje a la melosa, sobona y densa niebla que amenazaba con martillear y castigar nuestros portentosos cuerpos y nuestra quebradiza mentalidad. 
Rodar entre la bruma sin apenas visión, guiado por la descomunal silueta de mi ahijado y apreciando tan solo sombras difuminadas en el camino que bien podrían tratarse de los compañeros de correría como de Jack el destripador y otros criminales del Londres tenebroso de finales de siglo XIX. 
Comenzar el descenso con manos y pies torturados por la humedad cristalizada con la duda de: bajar a fuego, lo que supone más velocidad, más frío pero menos tiempo o bajar plácidamente con menos velocidad y por tanto menos frío pero más tiempo de suplicio. 
Arribar a María de Huerva y dilucidar como acabar la ruta, bien directos a Cuarte y de ahí al bar del embarcadero del Canal o bien, y como así lo afrontaron los más osados, por el barranco de Cabras y Valdeconsejo.

Todo esto son decisiones.

Después de leer hasta aquí... ... ¿¿ Déjà vu o tropezar dos veces con la misma piedra?? 

Por fortuna, tanto si es un recuerdo, un sueño, unas sensaciones, una jugada de la memoria o sencillamente unas vivencias reales que se repiten, el final ha sido, es y debe ser siempre el mismo: una mesa con sus preceptivas  jarras de cerveza y sus patatas y en torno a ella las animadas tertulias, inagotables chácharas, bromas sin fin, risas contagiosas y todos los condimentos necesarios para organizar un cotarro excepcional. 

Como el sábado, como el domingo, como el ayer y como el mañana. Porque sí, porque nos lo merecemos.

“Quien sabe lo que siembra,
no teme a lo que cosecha”


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