28·11·2020
08. Vedado de Peñaflor -
Alto del Campillo
PARTE I
Quizás fuera un sueño, o quizás no...
“Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado
y soñé que en otro estado
más lisonjero me ví.
¿Qué es la vida? Un frenesí
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.”
Pedro Calderón de la Barca (1600-1681)
Quizás fuera un sueño, o quizás no.
Se iba a perder la cabalgada de esta jornada
pues la nobleza había solicitado de sus servicios en uno de los castillos de
corte británico y estilo inglés del centro de la villa. Por estas fechas, como
cada año, se celebraba la feria del Viernes negro donde aldeanos, lugareños y
vecinos de la comarca acudían con la bolsa llena de plata, agolpándose en torno
a los puestos que mercaderes y comerciantes habían acondicionado para vender
sus mercancías a precios inusuales. Allí estaba él con su elegante sayo y cota
de malla, con sus trinchas y correajes lustrados para tal ocasión y pulida la
daga y la espada con un brillo cegador. Pero en realidad no estaba allí, o más
bien no quería estar allí. Su deseo era galopar con su negro corcel junto a sus
compañeros de fatigas, esos caballeros que le acogieron en los albores del año
con afabilidad, confianza, sencillez, bondad, simpatía y cordialidad.
Por ello y escudándose en un cambio de guardia
dirigió sus pasos hacia la choza de un enigmático personaje considerado por los
más sensatos como un alquimista, por los más fantasiosos como un mago o druida
y por los creyentes más inquisidores como un brujo o hechicero. Previo pago de
una cuantiosa cantidad de monedas le preparó un brebaje que ingirió sin
dilación entrando lentamente en un dulce letargo. Al recobrar la consciencia, o
al menos eso creyó, reconoció su cuerpo recostado sobre un lecho de paja
mientras él no era más que una sombra etérea y volátil. Recobrado del impacto
inicial que esta situación le originó partió en busca de su sueño más anhelado
hacia el Azud del Ebro llegando a tiempo de entremezclarse con sus añorados
paladines, e impalpable y sin ser visto disfrutó gustosamente de los saludos,
bromas, coloquios y tertulias que fluían entre ellos.
Quizá fuera un sueño o quizás no, pero sin
dudarlo se dejó llevar por el ímpetu y la ilusión de acompañarlos a lo largo de
la ruta, desde la ribera del río Gállego hasta el Vedado de Peñaflor donde se
elevó para contemplar toda la belleza de este bosque mediterráneo, de singular
riqueza florística, refugio y hábitat de gran variedad de aves y fauna y con
zonas intercaladas de arboleda de pino carrasco, matorral de baja talla y
campos de cereales que logran pintar un paisaje en el que se entrelazan los
tonos verdes con los ocres y amarillos.
Oculto como una nube más pudo admirar el vuelo de milanos reales, águilas calzadas y cernícalos del lugar así como el correteo de ratones de campo, liebres, conejos, zorros y jabalíes entre otros, pero lo que más gozo le dio fue divisar los tres grupos de jinetes de la hueste tricolor perfectamente alineados, conjuntados y guardando las preceptivas distancias, desafiando una vez más a las poderosas pendientes que surgían a su paso hasta coronar el Alto del Campillo.
Lo que hubiera pagado por estar
físicamente con ellos en la cabalgada, con el sufrimiento y la penitencia, con
la perseverancia y la entereza, con el regocijo de la recompensa, en el
cotarro, en el descanso para reponer fuerzas, en el baile bajo la batuta de
Lord Michael Dance, por haber quedado retratado como uno más, por emprender
codo con codo el regreso hacia la villa y no por ser únicamente un espectro
fantasmal y un mero espectador en la sombra.
Quizás fuera un sueño o quizás no, pero los
efectos de la pócima mágica se fueron disipando con la fortuna al menos de
presenciar a tiempo como ya habían arribado sin incidencias a la taberna y
jarra en mano brindaban por el éxito de la expedición mientras cavilaban y
discurrían sobre la próxima.
Al despertar del letargo y ya en su aspecto carnal salió de la choza quedando estupefacto y aterrado al presenciar como la muchedumbre arremolinada en torno a una hoguera y al grito de “arde en el infierno, hereje”, se recreaba con la estampa del mago hechicero consumiéndose por las llamas.
Temiendo que la ira del gentío se tornara en su contra se escabulló
como una comadreja volviendo a su puesto de guardia todavía en parte tembloroso
pero dichoso, complacido y sintiéndose profundamente afortunado.
Así lo he contado y en breve quedará archivado
en el baúl de siempre a disposición de vuestras mercedes
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