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10·10·2020
Y fue de esta manera como pregonó el juglar el
último cantar de gesta:
“Lugareños de la ilustre villa de Épila,
pongo en conocimiento de todos vosotros
en el décimo día del mes en curso,
la honorable visita que tuvo lugar
por los caminos de nuestra comarca y señorío,
de una mesnada de reconocido prestigio
arribada sin previo aviso desde la capital del
Reino,
que porta por nombre Alazanes
y que tuvo a bien honrarnos con su cortés
presencia.
Y para que no caiga en el olvido así quedará
plasmado
en los archivos históricos de la población.”
No fue nada sencillo preparar tal correría. Esa
semana las palomas mensajeras quedaron exhaustas pues el número de vuelos
trasladando las misivas y mensajes se multiplicó de manera considerable. Hubo
que agenciar, disponer y acondicionar los carros y carretas necesarios para
transportar a los potros y jacas, abalorios y correajes, atuendos y vestimentas
y claro está a los caballeros, los cuales esta vez estaban especialmente
ilusionados en cabalgar sobre una ruta más alejada de lo habitual.
En el punto marcado y venidos de diversos puntos
del feudo se fue agrupando la variopinta caravana. Con las monturas en tierra,
armaduras y cascos ajustados y las viandas preparadas iniciaron la marcha
lanzando en vanguardia una avanzadilla de exploradores para abrir camino al
resto de la hueste.
Recorrieron las llanuras donde en 1348 se libró
la batalla de Épila y en la que Pedro IV salió victorioso sobre los nobles que
formaban la Unión Aragonesa la cual quedó totalmente deshecha. Este triunfo le
permitió abolir el Privilegio de la Unión, y en un acto de demostración de
poder romperlo con su puñal. De ahí el sobrenombre de Pedro el del punyalet con
el que pasó a la posteridad.
Trotaron sobre caminos rotos, pedregosos,
abruptos, rocosos y de áspero transitar maltratados por la misma naturaleza
que, por el contrario y como si a modo de disculpa se tratara, también les
brindaba y deleitaba con multicolores vistas y paisajes majestuosos de
relajante belleza.
Dificultades tuvieron los corceles pues sus
herraduras bailaban sobre los torrentes de riscos y demás escollos que en más
de una ocasión obligaron a algún jinete a desmontar de forma poco ortodoxa e
incluso acariciar y besar el terreno por el que segundos antes había
transitado.
Tal que así, entre otros, le sucedió incluso al
respetado Líder, pero que al igual que el secreto de los sabrosos guisos está
en la combinación de sabores el suyo está en el batiburrillo de virtudes y
excelencias siendo una de ellas la de endulzar los malos tragos y desenvainar
el lado positivo, amable e incluso divertido de cualquier vicisitud y
adversidad que pueda acontecer.
No fue una gran jornada para todos pues a otro
jinete de los más ilustres de la tropa le abandonaron las fuerzas nada más
bajar de su carruaje pero que con dignidad, tesón y alentado, como no podía ser
de otra forma, por los fieles escuderos que cabalgaron junto a él finalizó la
ruta como solo los grandes héroes son capaces de hacerlo.
Dignidad, ese vocablo que de cuando en cuando
sobrevuela sobre la hueste emitido siempre con la mejor intención por el
apreciado maestro veterano, bravo guerrero de corta estatura (igual que el
mejor perfume, se concentra en frasco pequeño), pero que irradia bondades y
valores, lo que le convierte en el guía perfecto que todo grupo precisa... ...
aunque en la lectura de sus mapas sea un tanto peculiar.
Solventados los infortunios de la subida a la
sierra de Monegre arribaron al Santuario de Nuestra Señora de Rodanas, el cual
se inició con la construcción de una pequeña ermita en el siglo XVI, en el
lugar de la aparición de la Virgen, y a la que posteriormente fueron ampliando
con hospederías y casas para los labradores que cuidaban de las tierras
colindantes.
Y de ahí, con las fuerzas recuperadas tras un
breve descanso y dando buena cuenta del refrigerio, la caravana dispuso rumbo
hacia la Cueva del Gato que según la leyenda debe su nombre a que tiempos atrás
un gato se metió en ella y la atravesó hasta llegar a un pueblo de los
alrededores de Rodanas. Durante mucho tiempo estas cuevas fueron utilizadas
como canteras para la extracción de bloques de caliza destinados a la
construcción así como también, en tiempos históricos, se explotó el mineral de
cobre que afloraba en superficie.
Y para colofón de un gran día que decir de esas
últimas millas en las que aquel gigantón admirado por todos azuzó a su montura
haciéndola galopar como alma que persigue el diablo desfondando así a buena
parte de la tropa. Preciso es mencionar que semejante alacena suya no es para
almacenar manjares ni colmar de reservas, sino más bien para proteger y
mantener a buen recaudo ese enorme corazón con el que fabrica y emana
tenacidad, constancia, firmeza, buen humor y alegría contagiosa.
Este humilde escribiente podría reseñar las
virtudes de cada unos de los gentiles caballeros de la hueste tricolor,
sobretodo de los que gozan de más trato y apego con el hidalgo Fernán, pero
podría cometer el error de olvidarse de alguno y eso sería imperdonable.
Más todos son conocedores a través de estos
relatos, tanto veteranos como noveles así como los jinetes ocasionales de idas
y venidas que tienen los elogios y halagos sinceros de este personaje venido de
tierras lejanas bañadas por el mar.
Así es y será aunque se dé el caso más que
probable que en breve y por algún tiempo vuelva a guardar en el escritorio la
pluma, el tintero y los pergaminos.
Así debe ser... o quizás no.
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