04.
02·11·2020
Parque
eólico Arias - La Salada
Porque cuando uno está en minoría, lo único
que garantiza la supervivencia es la calidad.
Eso fue exactamente lo que hicieron nuestros
héroes,
sabiéndose pocos, se dedicaron a ser mejores”
(Cita popular de los Tercios, 1534)
Porque pocos fueron en esta ocasión, tan solo
seis, debido en parte por la festividad del día, dolencias físicas, cansancio
acumulado de jornadas anteriores, compromisos sociales y familiares... ... como
decía, tan solo seis fueron los bravos jinetes que iniciaron la andadura
dirección a la Salada de Mediana.
Y ya desde la misma salida emprendieron las
hostilidades pues el Líder, al tremendo grito de “a degüello” como el general
Santa Ana en el asedio y posterior conquista del Álamo allá por 1836, impuso un
endiablado ritmo a su galope al cual los James Bowie, Willian Barret Travis y
David Croquett de turno bastante hacían con aguantar tal embestida.
Bien es cierto que a nadie le complace los infortunios
de los demás pero que a pies de la subida al Parque eólico Arias el respetado
Líder sufriera un percance en uno de los cascos de su montura y hubiera que
parar a cambiar la maltrecha herradura permitió al resto de la mesnada expeler
un suspiro de alivio pues ante tal circunstancia se les presentó la inmejorable
oportunidad de relajar piernas y tomar aire.
Algunas millas antes uno de los jinetes de
reciente incorporación reconocible por su delgada complexión, ligerísimo
galopar y de nombre Ferrer había dirigido sus pasos hacia otra vertiente de la
ruta para más adelante en la Salada reincorporarse a la disciplina del grupo.
Dejando a la izquierda los polvorines que
iluminan el rostro de cualquier valenciano de pro comenzaron la subida y el
trote por las lomas sembradas de esos molinos de viento similares a los que en
otras tierras y épocas cegaron a Don Quijote hasta el punto de confundirlos con
agresivos gigantes a su acecho. El resultado de tal locura es bien conocido por
todos.
A partir de ahí les esperaba un recorrido
escarpado, agreste, abrupto, fatigoso y agotador de constantes subidas, cierto
es que de cortas longitudes pero de pronunciadas pendientes, que obligaban a
los corceles a retorcerse sobre sí mismos en el afán de coronar a la mayor
brevedad posible. Una vez allí la fortuna les deparaba vertiginosos descensos
donde afloraba el porte y aire marcial del Mariscal de campo Gocha que hacía
valer sus galones para tomar delantera y marcar el terreno más cómodo para el
resto de las monturas.
Llegó el momento de tomar decisiones y optaron
por variar la ruta marcada y esta vez tal osadía no se le pudo achacar, ni por
su prodigiosa vista de aguilucho ni por su afamada facilidad para orientarse,
al hidalgo Fernán. Más bien fue tras el parloteo entre los líderes de las
huestes hermanadas cuando se inclinaron, a buen criterio como comprobarían
después, por cabalgar hacia el cerro cubierto por un manto de pinos pues desde
allí, en lo más alto, la naturaleza les brindaba una instantánea espectacular a
la par que peculiar.
Por cierto, un inciso sobre el tal Sir Paco I,
ese personaje de lengua vivaz y viperina pero gran colaborador y maestro en
transmitir cultura, historia, geografía y leyendas: ¡¡¡cómo sería la cabalgada
de este día en las eternas horas a lomos de sus jamelgos que en ningún momento
espetó su reconocida y habitual consigna “vaya mier... de ruta”!!!
Allí estaba, al fondo del valle y en medio de la
nada, La Salada: laguna de tonos blanquecinos y plateados que bebe de la lluvia
y de aguas subterráneas muy mineralizadas ricas en sodio, magnesio y sulfatos,
rodeada de terreno hostil, árido, estéril, desolador y estepario donde tan solo
se produce alfalfa, cereales y algún frutal.
Aprovecharon la parada para recobrar fuerzas con
unas ligeras viandas y proseguir el camino con la esperanza de que lo peor ya
lo hubieran dejado atrás. Pero la realidad los hizo descender de las nubes de
ilusión y asentar los pies en el suelo pues si la ida estuvo marcada por un
sube/baja el retorno se transformó en un baja/sube igual o más exigente con el
añadido del cansancio acumulado que aún mermaba más las ya de por sí menguadas
fuerzas e irritaba más de una dolorida posadera.
La alegría se la llevaron en el reencuentro con
Lord Jorge, ese jinete de físico portentoso que unido a su lozanía propia de la
juventud es reconocido como uno de los guerreros de mayor poderío de la hueste
y que por tales virtudes bien podría galopar con escuadras y caballerizas de
mayor rango pero que por su talante y humildad se mantiene fiel al Ritmo,
aspecto a tener muy en cuenta y que dice mucho a su favor... y al del resto.
Y así, con uno más, y siempre con el fiel
escudero Armando cerrando filas, atento a cualquier incidencia, guardando las
espaldas en la sombra y sin hacer ruido al ser hombre de pocas palabras pero de
una labor digna de alabanza, arribaron a la carretera de Torrecilla donde lo
que en principio se presuponía iba a ser un trotar placentero se convirtió en
una batalla sin cuartel hasta el canal alcanzando velocidades desbocadas con el
único fin de tomar la cabeza de la grupeta amparándose en la falsa excusa de
unos inoperantes relevos.
Una vez allí aminoraron la marcha por precaución
pues el camino era un continuo peregrinar de otros jinetes, corredores,
andarines, familias, niños, jóvenes y mayores que disfrutaban de la temperatura
primaveral impropia de estas fechas.
Al llegar a la taberna habitual la
decepción cayó sobre ellos al no hallar tablero y banquetas donde aposentar las
maltrechas nalgas pero por una vez, y que no sirva de precedente, el hidalgo
Fernán guió por buen camino al resto de paladines hasta una fonda de nombre Big
Ben próxima a su choza donde dieron buena cuenta de unas gélidas cervezas y
suculentas patatas bravas para tras el protocolario brindis y la amena tertulia
volver a montar, separar sus caminos y regresar cada cual a su parte de la
aldea.
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