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03·10·2020
Pinseque
Annual (Marruecos), 23 de Julio de 1921:
“¡Soldados! Ha llegado la hora del sacrificio,
que cada cual cumpla con su deber.
Si no lo hacéis vuestras madres
y todos los demás dirán
que somos unos cobardes.
Vamos a demostrar que no lo somos!!”
Con estas palabras el Teniente Coronel Fernando
Primo de Rivera (no confundir) arengó a los 700 jinetes del Regimiento de
Caballería Cazadores de Alcántara nº14 a proteger la retirada del resto de
tropas de infantería que heridos, maltrechos, hambrientos, fatigados,
desmoralizados y desarmados huían de una muerte segura hacia la posición segura
de Melilla .
Sabían que galopaban al encuentro de la parca y
que su guadaña sesgaría la vida de casi todos ellos pero aún así y sin dudarlo
cargaron una y otra vez contra el atrincherado enemigo hasta conseguir la gesta
deseada. Sólo 70 valientes llenos de honor y dignidad sobrevivieron. El resto
de monturas y jinetes sembraron con sus restos las desoladas llanuras.
El reconocimiento a esta heroicidad tuvo que
esperar casi 90 años.
Pues así no ha de pasar con otra raza de jinetes
que bien conocemos y que no pasarán a la historia por acciones similares pero
sí por mantener vivo el espíritu del Regimiento de Alcántara, y que con las siguientes
líneas, relatos anteriores y los que al tiempo se escribirán, les sirvan como
sincero homenaje y agradecimiento.
“Y por fin llegó el día en el que nuestro
hidalgo Fernán, con su negro corcel impoluto, cascos herrados, montura
engrasada, bocados, estribos y cabezadas en perfecto estado de revista, así
como desempolvado el yelmo y abrillantada la armadura pudo galopar de nuevo con
su añorada tropa.
Día de gratos reencuentros y emociones
jubilosas. Al igual que él en esta correría, tras derrumbar por fin fronteras
terrenales y personales, se unió de nuevo el jinete con apodo tribal de indio
americano para regocijo del resto de la tropa. Se acabaron los tiempos en los
que por culpa, entre otros motivos, de un invisible enemigo venido de las
tierras de Oriente el único contacto con él era gracias al druida Eskayp, el
cual facilitó en los peores tiempos de pandemia la entrada a una cueva mística
y una vez allí el acceso al Palacio de los Espejos desde donde día tras día
cada atardecer los caballeros que así lo deseaban entablaban animadas
conversaciones.
También destacar el retorno una semana antes, a
pesar de tener que soportar estoicamente las molestias fruto de una caída
anterior, y siempre mostrando su mejor cara, no esa faz menuda y famélica de
piel tersa, suave y sedosa que en otros tiempos le valió para sobrellevar el
apodo de Cabo Niña, no esa cara no, más bien el pícaro semblante de lealtad,
dedicación, compromiso y solidaridad que irradia júbilo, animación, gozo y entusiasmo
digno del personaje mitad trovador y mitad farandulero que han hecho de él un
pilar único e irremplazable.
Mención de agradecimiento especial al Líder de
la hueste tricolor quien obstinado en que entre mando y tropa haya un trato de
iguales y sabedor de las limitaciones de sus jinetes tuvo a bien proponer una
correría por tierras de Garrapinillos, Balsa de Larralde, Pinseque, Torres,
Sobradiel y Utebo en terreno llano, de corto recorrido y fácil trote, eso sí,
bajo la amenaza constante del viento y la lluvia pero que como por arte de
magia se iba iluminando al paso galopante de los intrépidos caballeros andantes
y sus coloridas monturas.
Más fue ahí, en la placentera ruta, salvando
infortunios y adversidades, donde una vez más resurgió el espíritu del Regimiento
Alcántara pues tanto veteranos como nuevos jinetes velaron en todo momento por
la seguridad de la tropa logrando que todos se sintieran arropados, protegidos
y amparados, tanto en los trechos donde galopaban agrupados como en las
andaduras más dispersas.
Y también fue ahí donde una vez más al humilde Fernán
le invadió el aroma del pleno orgullo de pertenecer a esta fascinante hermandad
familiar.”
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